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Hacia S. Andrés de Teixido: Camino del Mar
Se acerca el mes en el que las tinieblas vencen a la luz diurna, del ocaso otoñal que nos recuerda la nostalgia de los que se fueron, y de lo que se fue; del fin de las cosechas, del céltico Samhain banalizado por el consumista halloween…es tiempo de que el peregrino retorne sobre sus pasos al calor del hogar, y los caminos se despejen a la espera de la añorada primavera. Sin embargo, hay un Camino, uno de esos olvidados, que en este tiempo acentúa aún más su aura mistérica; camino antiguo, camino del mar, que sirvió en ambos sentidos para llevar peregrinos por las costas norteñas de la Península a Santiago, y para guiarlos hacia un destino tan presentido en el imaginario colectivo, especialmente el gallego, como real y auténtico…
Allá por la Sierra da Capelada, donde pastan los caballos libres, cuentan que las ánimas buscaban puerto para el Más Allá…en Teixido. Es la peregrinación a S. Andrés, una de las más ancestrales de Galicia; ignorada por los foráneos, en Galicia sin embargo goza de gran predicamento…que mejor ir de vivo a conocerlo.
Como uno es precavido, nos adentramos a la aventura en Octubre (que aun el día gana la partida a la noche…), tras muchas investigaciones y la inestimable ayuda del historiador Andrés Pena y del Club de Montaña de El Ferrol. El largo viaje hacia el norte nos llevó a uno de los muchos puntos de partida que todo camino tiene, pero único por tanta belleza, historia y leyendas que lo colmatan: la península de Sª Comba. Aislada con los temporales y mareas altas, la pequeña ermita encierra los conciliábulos y tradiciones de las esencias gallegas. La paz de la caída de la tarde y el batir de olas en su promontorio rocoso tenían algo hipnótico, como si en el aire se palpara el poso de los siglos.
Ligeramente ascendente desde la costa, el Camino caracoleaba entre pequeños asentamientos urbanos y bosques de repoblación en su mayoría, fruto de un medio domado por el hombre, hasta llegar a la fabril ciudad de El Ferrol. Con la noche llegaron las nubes que anunciaban temporal, pero al amanecer el sol rompió en el horizonte con fuerza. Hasta llegar a S. Martiño de Xubia el transitar por la ciudad parecía más bien un intento de fuga de ese exceso de civilización que son las ciudades industriales, pero a la vista del monasterio y del primer cruceiro la visión del camino se fue “humanizando”. Por fin el primer pez de S. Andrés marca la sirga.
Desde aquí parte también el hermano, y bastante ignorado por las masas ávidas de “compostelas”, Camino Ingles. Durante unos cientos de metros ambos trazados comparten recorrido, hasta que la brújula los obliga a tomar direcciones divergentes. El Molino de mareas de Aceas, como un gigante varado, marca la frontera entre el mar y la montaña, dando paso a tupidos bosques de helechos y eucaliptos que engullen al caminante y, en ocasiones, hasta la luz del sol. Tengo que recordar forzosamente aquí el trabajo denodado de los montañeros de Ferrol por mantener abiertos y señalizados los caminos naturales hacia Teixido…sin ellos habríamos vagado por arcenes de carretera más de lo debido.
La mañana avanza y el bosque se cierra con helechales que superan la altura de un hombre, caminando por trincheras de tierra, cuajadas de setas de todo tipo y arbustos coloridos que veíamos por primera vez. Llegando a Aldea Nova los horizontes se despejan y la senda comienza a ascender lenta pero inexorablemente hacia los espesos montes. Las castañas decoran los senderos dando la sensación de que se van a poner a caminar con nosotros de un momento a otro. Los “andresiños”, y algún solitario cruceiro, nos refieren que avanzamos por el Camino correcto cuando este comienza a descender hasta As Forcadas. Los km se acumulan y ya la tarde comienza a languidecer cuando, entre los árboles, se vislumbra la Capela da Fame: la vetusta puerta de madera antigua deja ver por hendiduras y cerraduras los “maios” recientes que alejan a los malos espíritus que, según las consejas de viejas a la luz de la hoguera, habitan estos lares desde tiempo inmemorial.
Y ya fronteriza la noche (que no es seguro andar por estos caminos con ella acechando y a saber que horrores nocturnos de la mitología galaica…) arribamos a O Porto do Cabo: las crónicas cuentan que en esta aldea confluían todos los caminos hacia Teixido para hacerse uno solo. La Casa do Morcego, hogar más que alojamiento por el trato de Antonia y José, nos cobija y da calor ante negros nubarrones que cierran el cielo.
En la noche caen torrentes y la meteorología aconseja quedarse en cama calentito, pero hay que seguir. Cruzando de mañana el medieval puente que salva el rio, comienza una lluvia fina que se convertirá en tempestad mientras subimos la dura Cuesta de Aro. Llegando a la cima, el día se serena dejándonos trastocados, como un boxeador tras la pelea; algún perro, medio lobo, se nos cruza con la misma cara de asombro que nosotros, sorprendido por la fuerza de la Naturaleza. El sol, tímido al principio, saldrá lo suficiente entre las nubes paraqué el resto del Camino sea brillante entre los helechales mojados y los bosquetes resplandecientes.
Vamos avanzando por la Serra da Capelada, siempre ascendiendo, mientras muros de verde cerrado nos doblan la altura y ocultan el horizonte; el sol acompaña y las innumerables y diferentes setas, arbustos de todo tipo entre los gigantescos y cerrados eucaliptos, dan un aire de bosque de hadas.
Escarabajos de colores brillantes que parecen gemas, casi irreales, nos recuerdan las almas que van penando hacia el Santuario, y, al dejar al Oeste Cedeira, el aire del mar cercano que parece oscurecer los bosques dándoles un verde casi negro, nos anuncia la cercanía del lugar.
La coqueta ermita de S. Roque de Reboredo nos ofrece su prado romero donde descansar un poco. Una manada de cerdos salvajes, cruzados con jabalíes de la zona, hace retumbar el aire mientras corren por las laderas de los últimos montes cuando, entre la espesura, comienzan a surgir ancestrales milladoiros de miles de piedras, testigos de un culto antiguo que se enreda entre lo pagano y lo cristiano. Ponemos la nuestra cumpliendo con el cometido de acortar el Camino a algún difunto que no vino en vida cuando asoman los rompientes de los acantilados: manadas de caballos salvajes campan a sus anchas por ellos, y nos atrevemos al vértigo de una bajada hasta la minúscula, en la lejanía de una costa indómita, aldea de S. Andrés.
La satisfacción es enorme, y el descenso se disfruta por una alfombra natural de hierba y musgo, jalonado de cruceros y señales del Camino. La tarde declina cuando entramos en la pequeña Iglesia de aires marineros: S. Andrés, con decenas de exvotos a sus pies, ofrece una imagen de otro tiempo…a él nos encomendamos y agradecemos otra peregrinación cumplida. Las calles populosas del fin de semana, pronto se despoblarán, pues una ancestral tradición aconseja no pasar la noche allí, para no ser confundido con las almas viajeras.
Conseguidos los “sanadresiños” y la “herba de namorar”, el bueno de José nos recoge para regresar a dormir a O Porto do Cabo. Ya allí, con la noche empezando a caer, paseando por la derruida y abandonada Casa Bastona, hospedería de peregrinos del siglo XV, reflexionamos sobre la riqueza de nuestra tierra en cultura, historia, y buena gente, y el desinterés que, las más de las veces, las arrincona, como estos muros que cobijo dieron a tanto peregrino.
No lo olvidéis, una pena os atenazará al cruzar la Estigia del final de los días si no vais allí ahora que podéis…y, miedos a parte, una experiencia maravillosa de vida y de peregrinaje nos espera en ese otro fin de la tierra…mejor de vivos, y que nos quiten lo bailao. Buen Camino.
(Publicado en el Nº 174 de la Revista Peregrino de Diciembre de 2017)
Que viene el lobo climático…
Se anunciaba el cambio climático desde hacía tiempo: «cosas de cuatro hippies», se pensaba esa masa que no digiere nada más allá de los programas de «vecindoneo» de las cadenas privadas, porque no tienen más inquietudes en la vida. Pero, de tanto anunciarlo, el cambio llegó, a marchas forzadas y recorriendo mucho más del terreno anunciado y en menos tiempo del previsto…y nos cogió sin remisión, preparación, ni actuaciones drásticas para frenarlo.
Se sigue anunciando en los diarios la llegada de temperaturas altas como «buen tiempo». Las alertas naranjas, antes leyenda, ahora son habituales y continuas. En Sevilla son dos meses de frío, cuatro de entretiempo tirando a calido, y seis meses de verano en el que cuesta respirar si no es debajo de un equipo de aire acondicionado.
Aun así, seguimos sin creérnoslo, o pensando que las autoridades harán algo que nos devuelva las estaciones climatológicas de antaño. Falta conciencia, falta responsabilidad, falta cambio de mentalidad…como en tantas facetas de nuestra sociedad. Mi hija «sufre» de ver el documental de la tortuga que muere ahogada en bolsas de plástico pero, a sus cuatro años, ya ha sacado la moraleja de que no hay que arrojar desperdicios al mar…otros de más edad y aparente sabiduría (o sino no estarían en puestos dirigentes ¿no?..¿no?…)siguen cuestionando que sea un problema…y detrás como siempre, intereses económicos. Y el planeta se agota…llegó el lobo climático.
Por selvas primitivas
La última selva de Europa queda a unas horas de aquí…si, tal como leéis. Bosques de helechos tan grandes como un hombre, donde la luz apenas atraviesa la frondosidad de su arboles, con rododendros de flores que parecen modeladas. Una maravilla que debe ser protegida por encima de intereses de falsa modernidad, un legado del Terciario que hace las delicias de cualquier senderista concienciado del tesoro que es la Naturaleza.
Son Los Alcornocales en sus estribaciones más sureñas, donde el mar lame sus bosques y Roma plantó sus reales en busca de la riqueza pesquera de sus atunes. Bosques que encierran tumbas de culturas turdetanas y fenicias, antiguas pinturas que perpetuaron a los primeros navegantes que arribaron a Tartessos…lo dicho, una joya a disfrutar, pero sobretodo a proteger. No os lo perdáis.
Atalayas perdidas
16/03/2015
Hubo un tiempo en que eran señoras de valles y quebradas, la llave de tantos pasos de montaña, piezas codiciadas por el poder de antiguos señores. El tiempo las despojó de importancia e incluso de sus propios sillares, y hoy se mantienen a duras penas como ruinas románticas.
Este de Aznalmara, en pleno corazón del Parque Natural de Grazalema es de mis preferidos. Desde la carretera parece majestuoso, como sacado del Señor de los Anillos (yo la llamo la Atalaya de Amon Sûl), señal y simbolo de las viejas sirgas que cruzaban la sierra, de una banda morisca de leyendas e historias de frontera.
Porque aun quedan espacios para soñar.
Por antiguas calzadas
04/01/2015
La Sierra de Aracena y Picos de Aroche no destaca por sus grandes alturas, aunque ello no le resta encanto ni cierta dificultad. Senderos umbrios y tupidos que recuerdan como Estrabón narraba las dificultades de las legiones de Roma para atravesar una Sierra «Morena», por la oscuridad que le ha dado desde siempre la vegetación densa de la que goza a poco que las lluvias la «toquen» con su gracia.
Antiguas calzadas empredradas, antaño caminos de uso diario para sus habitantes, se enrredan y desenrredan con senderos de nuevo cuño. Setas, madroños, endrinales…naturaleza generosa siempre con el hombre, que a veces (demasiadas veces…) no siempre le corresponde. Arroyos saltarines que cortan el paso…o lo mantienen a salvo de turisteo urbanita de fin de semana con bajo nivel de educación ambiental…nos ofrecen la posibilidad de poner a prueba nuestras habilidades de caminantes…y ese Camino del Sur, hacia Compostela, que discurre también por estas tierras. En fin, una delicia.
Explosión de primavera
11/05/2014
Ya, desafortunadamente, estas temperaturas tan calurosas empiezan a dar al traste con ella, pero hace apenas unas semanas era una gozada andar por la Sierra y contemplar lo agradecida que es la Madre Naturaleza…a pesar de lo mal que la tratamos. En compañía de unos amigos y peregrinos gaditanos, nos adentramos en el Puerto del Correo, una de esas mangas (de donde viene «mangante», por ser lugares de paso del contrabando) fascinantes que atraviesan las sierras gaditanas.
El día fue plena conjunción de amistad, naturaleza, relajo y sensaciones…y buen queso de estas tierras cuando volvimos a Villaluenga del Rosario. Son estos momentos los que te hacen cargar las pilas. El sobre-valorado verano, que acapara la denominación de «buen tiempo», para mi de forma incomprensible (¿de verdad se está bien pasando calor?) avanza imparable: no perdais la oportunidad de disfrutar de nuestras montañas antes de que el estio nos gane el pulso.
De la Jurdana a la Hiedra
25/02/2014
Aquí eché mis dientes como senderista y montañero, hace ya dieciocho años (parecen muchos…pero ya iba tarde…caminante viejo), y es por ello, y otras cosas que para mi guardo, que le tengo un cariño especial a esta Sierra Norte de Sevilla. La visita al jardín botánico de El Robledo fue el primer encuentro con las raices de esta mi naturaleza.
Constantina es de mis pueblos preferidos, pero nunca había caminado por sus senderos, así que este pasado domingo nos animamos a descubrirla. Y saliéndonos (sin proponernoslo) del sendero establecido descubrimos, entre la Jurdana y la Hiedra, dos antiguos e históricos caminos olvidados y (en parte) abandonados a su suerte, pasando por el Chorrillo, el palacete tibetano de un viejo nazi que quiso enmendar su triste vida y amargo pasado dejándolo en legado a las Jerónimas, que ahora endulzan con sus rezos la ignonimia del hombre; los robles melojos que techan un sendero bordeado de hiedras, encinas y durillos; el agua desbordada de arroyuelos cantarines; las ruinas románticas de la Ermita de la Hiedra, destruida por la ignorancia de unos hombres que erraron en el enemigo a combatir (¡Ay, si esas fuerzas se hubieran empleado contra los golpistas del 36!), y, en fin, una jornada de convivencia con la Naturaleza, que siempre sana el alma y el cuerpo.