Archivos Mensuales: noviembre 2016
No es Navidad
No falla. Terminando Halloween ya teníamos anuncios (de consumo) navideños en todos lados. Mi hija me preguntó el otro día «¿Papa, cuando empieza la Navidad?» le dije «¿Según El Corte Ingles? Ya…pero es mentira»…claro, con solo cuatro años, su ceño se frunció…y pido perdón al esa gran superficie que es de las que más «aguanta» este calendario consumista, en comparación con otros.
La fiesta siempre ha tenido dos características obvias a toda celebración: lo corto que se nos hace y lo que de extraordinario tiene. Hoy estas premisas se olvidan, porque hay que vender como sea y cuando sea, y si no estoy de fiesta continua no estoy agusto…. Por ello el periodo de compras navideño habrá comenzado, pero la Navidad no… Básicamente porque es un tiempo litúrgico, que poco tiene que ver con los calendarios comerciales o los que celebran el «equinocio de invierno» (fiesta que luchó por conmemorar el régimen nazi, por cierto…),opciones donde se predica precisamente todo lo contrario de la dinámica de esta sociedad.
Comenzó este domingo pasado, si la quieren en su acepción más «tempranera», confundiéndose aun las luces rojizas del mes de difuntos con las de la corona de Adviento, y tendrá su «oficialidad», traicional y familiar, el día de la Inmaculada, con la puesta del «belén»…porque la fiesta debe seguir siendo algo extraordinario y condensada en su duración temporal…o dejará de ser fiesta para ser tiempo ordinario.
Ser ciego…
El viajero que se acerca a una ciudad sabe que esta, como si de una mujer hermosa se tratara, tiene sus mejores momentos según el tiempo y el espacio. Granada me gusta siempre…pero en otoño más… y si es al caer la tarde sobre el Darro, cuando la luz, siempre brillante pero tamizada por los siglos, parece atravesar como un fino estilete los muros milenarios de sus puentes y muros, comprende uno la canción de que «no hay nada más triste que ser ciego en Granada…»
El poso nostálgico de los suspiros de sus señores nazaríes, que aun parecen resonar en las estancias de la fortaleza roja, te dejan ese sentimiento de paraiso perdido que la ciudad rezuma por sus poros. Nostalgia de esplendor y belleza, como si lo que vieras estuviera a punto de derrumbarse ante tus ojos incapaces de abarcar todo lo que ves, y lo que no se ve pero se intuye, aunque no con los ojos…
Para mi es la ciudad andaluza de sabor más norteña. La pisada firme de los castellanos dejó impronta fuerte y resonante en sus calles también, en un difícil equilibrio, que no superposición, con la herencia musulmana que se resiste a doblegarse al paso del tiempo, aunque sus alarifes ya no estén, ni los Abencerrajes la defiendan. Sus cármenes secretos y calles, que parecen crecer en un orden natural más que con una lógica urbanística, los templos y palacios en pie o derruidos, todo guarda su secreto que parece jugar con el silencio de una ciudad que, a pesar de su vitalidad, será siempre un recuerdo romántico en pie con un cansancio glorioso de tanta vida transcurrida por sus venas.