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Rosa mística de piedra

Hace muchos años en la memoria, que no en el tiempo, entre la bruma confusa de aquellos días en los que el mundo se desperezaba de meses de angustia y clausura impuesta por la enfermedad, se abría la Puerta Santa de Compostela y por ella entraba la luz de una nueva esperanza. Las fronteras se volvían a abrir y para un caminante jacobeo su primera mirada era hacia el oeste, hacia Compostela.

Años habían pasado desde que había tenido el honor de ingresar en la Casa del Señor Santiago, entre sus cofrades que sostienen el legado de su devoción, pero aún no se había consumado el rito de entrada, no se había cerrado ese tránsito que comenzaba allá por el año 2005 pisando las huellas de los que le precedieron hacia el sepulcro plateado sobre el que brilla, eterna, la Estrella.

Medalla Archicofradía Universal del Santo

El mundo andaba cansado esos días, cual peregrino al final de la etapa, y una mezcla de sosiego tras la tormenta y recelo ante un cielo aún incierto lo impregnaba todo. El tiempo era escaso para acudir a Santiago y coincidir con alguna de las tres festividades del Santo, y la ilusión de mostrar ese legado a los suyos complicaba el viaje…pero Santiago siempre pone la mano. Los pasajes de avión llegaron, los permisos escolares para la pequeña, el alojamiento, ideal para la ocasión en el alma de la ciudad antigua, al final de la vieja cuesta que sube desde S. Francisco, al calor familiar de la hospitalaria casona que alberga el bosque doméstico y los duendes de bronce que la protegen…Y así llegaron los días de mayo, que junto con el otoño, son sus preferidos.

El Pórtico, recién restaurado, permitía visitas simplemente con reservar las entradas, pero…estas se entregaban el día antes, con lo que al ir un fin de semana era imposible conseguirlas. Por quemar todas las naves, medio en broma, rogó si había alguna entrada para un nuevo miembro de la Archicofradía…y aparecieron entradas para los tres que iban: el Santo, que no es milagrero, pero ayuda al peregrino.

Quintana do mortos, en los últimos meses del COVID

Y llegó a una ciudad dormida tras la tormenta, silenciosa y extraña al jolgorio habitual, por calles casi vacías. La linterna de la Berenguela iluminaba el arribo a una Puerta Santa abierta y sin apreturas, donde los peregrinos escaseaban, y los turistas no tenían que esperar para hacerse la foto. Un encantamiento parecía cubrir Compostela, como en un cuento antiguo digno de los hermanos Grimm.

Viajar esos días era como hacerlo por primera vez: miedos, nervios, nuevas normas que se ignoraban en gran parte…así que, para empezar, no cayó en que la Fiesta de la Aparición caía en domingo…y se postergaba al lunes para respetar la liturgia. El Boanerges tendió la mano nuevamente y D. Segundo, ya un canónigo más, se ofreció a tomarle juramento en la Capilla de acogida al peregrino en Carretas…curiosamente (o no…que el peregrino no cree en casualidades) él era Deán cuando formalizó su petición de ingreso, y era quien, de haber podido acudir en su momento, le hubiera impuesto la medalla entonces.

Así pues, emotiva e intima ceremonia, sencilla como le gusta al caminante: la familia, D. Segundo, la inestimable supervisión de Susana… y después a dar gracias al Santo en la Catedral.

Se cerraba el círculo: el peregrino ya podía ser considerado «iniciado» en la devoción jacobea. Las calles ya no resultaban tan inhóspitas a pesar de que el sol se ocultaba por el Finisterre. La tarde melancólica de reflejos de agua en los suelos de piedra, volvía a brillar al calor de la hospitalidad, de la puerta abierta a todos…y supo que siempre sería así.

Acompañando a Valle en sus paseos por la Alameda

Campanas francas

La miriada de peregrinos que avanzan por Europa, desembocan en España a través de los
pasos de Roncesvalles y del Somport. El caminante que atraviesa los Pirineos, antes y ahora,
al filo de la extenuación física y emocional del esfuerzo de sobrepasar la muralla natural de sus
montañas, probablemente tienen su primer atisbo de llegada a la meta soñada de Jacobsland a
través de sus oídos.


Aún hoy tenemos el placer de escuchar los tañidos de la Colegial de Roncesvalles al llegar a
territorio navarro. Quedan para el recuerdo los que sonarían entre las nieblas de Sumus
Portum, guiando al peregrino entre las nieves y ventiscas, hasta el Hospital de Santa Cristina,
pilar de la hospitalidad del Reino de Aragón, y digno de ser mencionado incluso en el Liber
Santi Iacobi como uno de los tres mejores de la cristiandad. Hoy, el poderoso campanario de la
Catedral de Jaca le toma el relevo en tierras aragonesas, mientras en la Catedral de Pamplona,
«María», la mayor campana de España aún en uso, hace las veces en tierras navarras.


El tiempo pasa fugaz, pero las campanas permanecen como un eco infinito en el ánimo del
caminante. Los dos Caminos se hacen uno en Puente la Reina, y atravesando tierras
logroñesas nos adentramos en el antiguo Reino de Nájera, en el que sobresalen robustos
campanarios, pero quizás sea el de de la Torre exenta de S. Domingo, la «moza de la Rioja», la
más destacada, con sus ocho campanas y su reloj que, aunque de origen medieval, por
avatares de la historia (caída de rayos, corrientes subterráneas que dañaron sus cimientos…),
nos ha llegado en su última construcción del siglo XVIII. La historia de la población que arranca
de una pequeña ermita donde S. Domingo, entre otros menesteres de hospitalidad, tañía la
campana en aquel despoblado del valle del Oja para orientar a los caminantes que, en los
albores de la peregrinación, que se extraviaban con facilidad por aquellas tierras. El Santo dejó
su memoria de dedicación al peregrino en la población que surgió en torno a su tumba y la torre
es tributo a su memoria, como casi cada rincón de la villa.

Virgen del Puente, Sahagún (León)


Castilla nos espera por sus duras tierras burgalesas. Aquí en Burgos el toque manual de las
campanas (declarado Patrimonio de la Humanidad en el 2022) tiene una de sus principales
referencias. Porque de siempre, la vida de los pueblos se regía por sus toques: esquilones,
romanas o mixtas, o el más musical carrillón, las campanas marcaban los tiempos, fiestas,
infortunios y alegrías…y lo siguen haciendo, aunque la malentendida modernidad trate en
ocasiones de silenciarlas.

Santa María la Blanca, Villalcazar de Sirga (Palencia)


En palabras del genial Delibes, en su libro «El Camino», «es expresivo y cambiante el lenguaje
de las campanas; su vibración es capaz de acentos hondos y graves y ligeros y agudos y
sombríos. Nunca las campanas dicen lo mismo. Y nunca lo que dicen lo dicen de la misma
manera»

Basílica Nuestra Señora de la Encina, Ponferrada (León)


De todos los campanarios que jalonan el Camino por Burgos, quizás sea el más humilde el que
más llame la atención del peregrino. Y es que la sencilla espadaña, rodeada de “taus”, que
corona las ruinas de San Antón, da rienda suelta a la mente del caminante, que atraviesa sus
desnudas arcadas de lo que antaño fue esplendoroso monasterio de los negros monjes,
herederos de la mística de los padres del desierto, que curaban el ergotismo.

Reloj Ayuntamiento Astorga (León)


A las rudas formas de Castrojeríz suceden, ya metidos en los campos góticos palentinos, las
airosas torres-campanario de San Martín de Frómista, que alternarán en la siguiente etapa con
la iglesia con hechuras de fortaleza, impronta de la Orden del temple, de Santa María la Blanca
en Villalcazar. Ya a lo lejos el caminante empezará a escuchar el carillón que forman a la hora
del Angelus las iglesias, monasterios y conventos de Carrión.

Catedral de Jaca (Huesca)


Se abandona Palencia por Terradillos de los Templarios para adentrarse en la recias tierras
leonesas. Las montañas aparecen en el horizonte y los campanarios se van transformando en
espadañas poco a poco, siendo la primera la de la Ermita de la Virgen del Puente, poco antes
de Sahagún, que es centro geográfico del Camino Francés.

Ruinas del Hospital de Santa Cristina (Huesca)

Las campanas de la Pulchra Leonina nos marcarán por su número y timbre, como corresponde
a tan grandiosa catedral, pero quizás la más vistosa sea la que corona el Ayuntamiento de
Astorga, con sus simpáticos maragatos, que la tañen a las horas en punto. El reloj maragato,
del siglo XVIII aunque con añadidos posteriores, con sus autómatas que hacen que el peregrino
pase más tiempo del habitual allí solo por verlos “actuar”,aunque común en Europa, es una
pieza rara en España.

San Martín de Frómista (Palencia)


Nos adentramos en las serradas que llevan al Monte Irago, y en esas soledades el peregrino,
cuando la niebla o la nieve aprieten, echará de menos la campana templaria de Manjarín
sonando irreductible ante las adversidades: Tomás aguarda el relevo y el refugio una mano que
lo remoce.

Santo Domingo de la Calzada (La Rioja)


Las campanas del Santuario de la Encina en Ponferrada, acaudilladas por “la Morenica”, nos
canta con alegría de carillón a la pequeña Virgen en la hora del Ángelus: llevan los nombres de
los Santos bercianos, Fructuoso, Genadio…y, curiosamente, una dedicada a la peregrina
Egeria.

San Antón de Castrojeriz (Burgos)


Y por fin el Alto de O Cebreiro, guardando la historia de aquella jornada de nieve donde, con
seguridad, tañían sus campanas para convocar y guiar a Juan Santín hacia la misa en la
iglesia, a la espera del milagro. En Cebreiro se halla el alma del resurgir del Camino, y el
cuerpo mortal de quién lo impulsó a la espera de la Parusía; Elías Valiña se llama, eterno
siempre en la memoria del Camino.


El Camino entra en sus días gloriosos en tierras gallegas, y el sin número de parroquias que
mantienen su repicar de campanas después de tantos siglos, alegran y confortan a los
peregrinos, sabedores del final marcado rotundamente por el sonar de Berenguela.

(PUBLICADO EN REVISTA PEREGRINO Nº 212 – ABRIL 2024)

Tañidos de Plata

En la apacible soledad de los Caminos, cuando el sol alcanza su cenit a la hora del Ángelus, sorprende al peregrino un sonido metálico, a veces el único en kilómetros, que ilumina el espíritu y da vigor a sus pasos ante la inminencia de alguna población cercana: son las campanas de alguna espadaña que nos alegra el día. Su sonido encierra tradición, hábitos sociales, comunicación, acerbo cultural…no por nada recientemente el toque de campanas ha sido declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO.

Durante siglos han sido un medio de expresión, incluso de emociones, de toda índole: religiosas, sociales…Su lenguaje es universal y fue medio de comunicación durante siglos; más de treinta modos diferentes de repique y volteos nos han legado los campaneros: ellas marcan los momentos del día, avisan de calamidades y también de las fiestas, llaman a reunión vecinal, anuncian tormentas y recuerdan a los difuntos. Parece ser que en España fueron introducidas por los visigodos, y, en el territorio que nos atañe, los mozárabes hicieron de su sonido un hecho diferencial de su estatus de cristianos en tierras islamizadas: baste recordar que en época almorávide, el ulema Ibn Abdún (siglo XII) recuerda a los “dimmies” que no deben hacer sonar sus campanas.

Campanario Santa María de la Asunción (Baños de Montemayor)

Es el Camino de la Plata un camino de campanas; la historia, entremezclada con la tradición, nos cuenta que por él Almazor llevo su razia contra Santiago, apoderándose de las que había en la por entonces pequeña iglesia que cobijaba el sepulcro del Santo, para traerlas a Córdoba y ser usadas como pebeteros que iluminaran la gran mezquita; por este mismo Camino, Fernando III, una vez conquistada la capital cordobesa, las devolvería a la sede compostelana en un ejercicio de justicia poética.

Abuelo Mayorga (Plasencia)

En Sevilla, las veinticinco campanas que alberga la Giralda, campanario mayor de la seo hispalense, despiden al peregrino con su toque del alba; todas tienen su nombre, pues fue costumbre bautizarlas cuando era erigidas en sus campanarios, y curiosamente la más antigua, de 1438, lleva el nombre de “Santiago”. Aún se guarda un manuscrito de 1533 con las “Reglas del tañido de las campanas”donde se regulan sus toques e incluso el oficio de campanero. Hasta 80 campanarios y unas 170 campanas llego a haber en Sevilla.

Espadaña Castillo de Puebla de Sanabria

Si ya de por si, el tañido de las campanas siempre da ánimo al caminante, en el Camino de la Plata, dadas las distancias a veces a recorrer sin poblaciones intermedias, es el único sonido que alivia nuestra soledad. No solo de campanarios religioso hablamos, también en el orden civil se usaron las campanas como medio de comunicación y forma de marcar el devenir de las horas, y una buena prueba de ello lo encontramos en Almadén de la Plata, en cuyo antiguo Ayuntamiento destaca la Torre del Reloj.

Iglesia de San Salvador de Palazuelo (Zamora)

Herederos de la cultura islámica que estuvo presente en este territorio de alminares reservados al almuédano, las campanas quedan recogidas en sus torres solo al alcance del campanero o sacerdote de turno. En la dura estepa extremeña el repique se vuele aún más distante y esporádico, más en los solitarios pueblos donde los campanarios son coronados por nidos de cigüeñas que sustituyen a las campanas que los amueblaron en tiempos más propicios.

Espadaña cementerio Rio Negro del Puente (Zamora)

Llegando a la frontera extremeña con Castilla-León comienza a cambiar el paisaje, el paisanaje, y los usos sociales. En la, injustamente olvidada por el trazado del Camino (algo inaudito si tenemos en cuenta la cantidad de hospitales medievales que tenía), ciudad de Plasencia, en su palacio municipal observamos como al campanario accede un autómata dieciochesco conocido como “Abuelo Mayorga”, que hace sonar las campanas a las horas en punto. Y es que, a partir de estos territorios, el reservado uso de las campanas se hace, por tradición e historia, de dominio público, quizá por la influencia castellano-leonesa; comienzan los campanarios y espadañas a aparecer muchos de ellos exentos o con acceso independiente de la Iglesia a la que se adscriben: así, por ejemplo, la torre de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción en Baños de Montemayor.

Campana iglesia Villar de Farfón (Zamora)

Al norte de Cáceres, el Camino se transforma ya con verdores galaicos y cualquiera diría que estamos a un paso de la Tumba del Santo. Los campanarios no solo albergan estos instrumentos sino que, fruto probablemente de las horas de vigilia de los campaneros esperando para ejecutar su oficio o quizás por la visita de los que por allí pasaban aparecen en sus paredes múltiples inscripciones que (si exceptuamos las originadas por la falta moderna de civismo) aportan interesantes datos sobre la espiritualidad popular de otras épocas, como es el caso del campanario mayor de la Catedral de Salamanca. La interesante exposición “Ieronimus” que posibilitó durante meses la visita al mismo, nos desveló datos importantes, como el hecho de atribuirse a S. Paulino de Nola (siglo V, d. C.) la costumbre de colocar campanas en las torres.

Iglesia San Salvador de Tábara (Zamora)

Y, con paso pausado como corresponde al peregrino, llegamos a tierras zamoranas, donde la continuidad de la Vía de la Plata hasta Astorga o la variante portuguesa a través de Braganza, trazados auténticamente históricos, nos depararán más historias con campanas, pero en Granja de Moreruela giramos hacia el Oeste, por aquellos avatares del destino, por el Camino Sanabrés.

Iglesia Santa Marta de Tera (Zamora)

La más humilde aldea cuenta en estos lares con su iglesia y campanario, en ocasiones poderosos como el de San Salvador de Tábara, en otras sencillas espadañas como la de Santa Marta de Tera. Las campanas van desde aquellas de ejecución sencilla en diversidad de metales (sobre todo el bronce), hasta las más elaboradas que pueden incluir mútiples inscripciones y dibujos, tanto religiosos como profanos, pues no hay que olvidar que en lo más profundo del territorio castellano se esconden tradiciones que aúnan religión y superstición, así encontramos el toque de tentenublo para alejar los fenómenos meteorológicos perjudiciales (Tente nube, / tente tú, / que Dios puede / más que tú. / Tente nube, / tente palo, / que Dios puede / más que el diablo ) u otros para dificultar el vuelo de las brujas, por ejemplo. La comarca de La Carballeda está repleta de ejemplos de este sincretismo, siendo acaso el campanario templario de la Iglesia de N S. de la Asunción, en Mombuey, la construcción que más misterios arroja por su origen, apareciendo a los ojos peregrinos como torre defensiva adornada de sus canecillos con formas animales.

Torre Ermita Villafranca de los Barros (Badajoz)

El acceso a los campanarios de los pueblos zamoranos de Sanabria es ya mayoritariamente libre, público e incluso obligado, pues en esta España vaciada de gran número de sus pobladores, pero rebosante de hospitalidad y puertas abiertas, alegra oir el tañer alegre e improvisado de las campanas cuando el caminante las hace sonar a su paso: es vida lo que insufla su repique a los aires de unas tierras injustamente abandonadas.

Campanario Puebla de Sancho Pérez (Badajoz)

Y con paso firme, entramos en Galicia por Las Portillas, y tanto por Laza como por Verín, seguiremos viendo hermosos, enigmáticos, solitarios campanarios, escuchando su tañer por bosques umbríos envueltos en la historia y la leyenda, hasta llegar a Compostela. Allí, sobresaliendo sobre las demás por tradición y cariño de los peregrinos, nos encontraremos con “la Berenguela”, coronada por la linterna que alumbra el Camino de los peregrinos. Aunque su nombre popular sea erroneo, por referirse a una torre defensiva (hoy desaparecida) adosada a la Catedral por el Obispo Berenguer de Landoira, su sobrenombre nos sirve para cerrar el círculo abierto en Sevilla, al recordarnos a la madre del Rey Santo, fiel devota de Santiago, que inculcó a su hijo, “alférez de Santiago”, el amor por el Santo. La Torre del Reloj da las campanadas que señalan las horas, y, cuando ya no divisamos la ciudad en nuestro regreso a casa, aun podemos escucharlas en el aire y el corazón…que las campanas también transportan nostalgias.

(PUBLICADO EN REVISTA PEREGRINO Nº212 – ABRIL 2024)

Liébana, última Thule

Las reliquias de la cruz, donde se cree sufrió tormento aquel buen Rabí de Galilea, acaso sean el motivo más antiguo, en la religión cristiana, por el que los peregrinos emprendían su camino. Es este el vestigio más cercano y difundido de un objeto que estuviera en contacto con la divinidad, y el más antiguo del mundo cristiano: la advocación de la Vera Cruz, suele ser la Titular de las primeras congregaciones de fieles, cofrades o devotos, que aparece en las poblaciones del común cultural que forman el arco mediterráneo. Probablemente el mercadeo de reliquias en tiempos pasados invalidó, o cuestionó al menos, la mayoría de ellas, pues, de juntarse, a más de una le pasaría como con los huesos de cierto Santo que, mandados traer a Roma, llenaron tres carros.

Pero ello no debe hacernos pensar que toda reliquia es susceptible de manipulación más o menos interesada a manos de los hombres: cierto es que son escasas, pero algunas hay que se veneran en base a un devenir de siglos recogido en crónicas y escritos con bastante exactitud y que, sometidas incluso a pruebas científicas, cuanto menos aportan datos que nos hacen pensar si no estamos realmente ante un objeto cierto de veneración, como custodian con mimo y celo tantos monasterios e iglesias del orbe cristiano.

Conocido es que Jerusalén, Roma y Santiago son los tres vórtices de peregrinación, custodios de los más importantes vestigios de los Apóstoles y de Jesucristo, y que gozan periódicamente de Año Jubilar (a los que se ha unido más recientemente Caravaca de la Cruz); pero pasa un poco desapercibido un quinto lugar, escondido entre las montañas cántabras y cargado de una historia y una naturaleza apasionantes.

Siete Sellos (Centro de Interpretación Beato Liebana – Potes)

Corría el 2017, Año Jubilar por aquellas tierras, cuando nos encaminamos hacia allí. Cuentan las crónicas que, ante el avance musulmán en la península, entre las muchas reliquias que buscaron cobijo en territorio cristiano estaba este Sagrado Leño que Santo Toribio había traído de Tierra Santa, perteneciente a uno de los brazos de la Cruz, y que las dataciones científicas aseguran es del siglo I A.C. y de una especie de madera de ciprés autóctona de Palestina.

Fijamos el punto de partida en San Vicente de la Barquera, arracimada en su espolón de tierra y rodeada por el siempre rugiente Cantábrico, que nos dio la bienvenida en una tarde plomiza de Octubre. Peregrinos norteños se mezclaban con los “cruceños” que partiríamos a la mañana siguiente, cobijados todos en el albergue cercano al antiguo hospital de peregrinos de La Concepción. De mañana todos se despedían hacia Compostela salvo un joven espigado francés, Quentin, que haciendo gala de un exquisito trato nos acompañó hasta la salida de la población.

La primera etapa se presentó exigente desde el inicio, pero el exceso de asfalto, suplido por impresionantes paisajes, no nos hizo desistir de continuar por el camino histórico tradicional, desechando la senda del Nansa (invento moderno de autoridades poco interesadas en lo auténtico, y más propia para senderistas que para peregrinos…), continuando hacia la Ferrería de Cades para acceder al impresionante Valle de Lamasón. Con el calor impertinente de aquel Octubre, convertido en verano por este cambio climático que nos azota, llegamos a Sobrelapeña al caer la tarde, con la mole vigía de Santa María dominando el término.

La mañana trajo algo de lluvia y viento fresco de las montañas, que serenó el ambiente mientras nos encaminábamos hacia La Fuente y su preciosa (y cerrada en pleno Año Santo…) Iglesia de Santa Juliana. Una senda ascendente nos conduce al Collado de Hoz mientras el cielo amenazaba tormenta. Dura la subida con un paisaje digno de un cuadro el que iba quedando a nuestras espaldas. Y en lo más alto, una pequeña cabaña muestra en su puerta a Rosa, una anciana que trabaja cuencos y utensilios de cocina con sus propias manos y una oxidada navaja: el peregrino, reacio a cargar con cualquier cosa que le aporte peso, no se puede resistir sin embargo ante su dedicación, a comprarle algo y echar unos minutos de charla sobre lo divino y lo humano, obteniendo además como recompensa un buen puñado de nueces…es la intrahistoria del Camino que podemos encontrarnos si abrimos los sentidos y encerramos las prisas en un cajón.

Se suceden los valles y collados de esta “Ultima Thule” que es Liébana: el camino ahonda en simas históricas, que fueron reductos de familias godas e hispanas que se refugiaron allí del ímpetu del Al Andalus dominante. Pero el paraíso también hoy está amenazado: en medio del bosque de acebos que rodea nuestra senda, surge el humo de una quema de rastrojos que se descontrola por momentos antes de bajar a Cicera.

Tapa de la tumba de Santo Toribio – Monasterio de S. Toribio de Liebana

Aquí las montañas se cierran como gigantes que custodian el Desfiladero de La Hermida y dejan entrever con dificultad los pasos de montaña que nos acercan al “sancta sanctórum” del valle. Elegimos el Camino Real que sube hacia el Canal de Francos; equivoco nombre el de “canal” pues lejos de ser llano y “navegable” se convierte en una subida de siete kilómetros que tardamos tres horas en hacer, atravesando por la Braña de Beres densos bosques donde vuelve a habitar incluso algún oso pardo. La luz declinante comienza a atravesar ya con dificultad el techo de hojas de los bosques cuando, a media tarde, terminamos la subida en el Collado de Arcedón, y aparece a nuestros pies Lebeña.

La parada aquí es obligatoria. El orgulloso pueblo atesora un transcurrir singular a través de los siglos, y dos tesoros engarzados: su Iglesia de Santa María, con su Virgen de la Buena Leche, y M ª Luisa, su guía y cuidadora. La belleza mozárabe del edificio, con su sorprendente campanario moderno, y que sin embargo parece labrado por alarifes alto-medievales, se envuelve en la seda de los relatos de druidas y monjes que habitaron esos lares y que brotan del corazón de M Luisa, avezada narradora…de esas que hacen que no mires el reloj.

En el exterior, un olivo milenario y un pequeño y joven tejo (esqueje de la pareja de aquel, destruido por un rayo), recuerdan la historia de dos mundos equidistantes que se unieron en una bella historia de amor allá por el siglo XI.

El “edén” de Lebeña solo tiene una espina, y es el hecho de que alojarse allí es tarea difícil; por suerte Luis, casi el único taxista del valle, nos saca del atolladero y nos lleva a pasar la noche a Tama, al Corcal de Liébana donde Adolfo ejerce la hospitalidad. No, no es un albergue, pero la acogida no puede ser más hospitalaria, con todo detalle para dos cansados caminantes. De amanecida, retornamos a las puertas de Santa María para continuar.

El rio Deva, con el frescor de sus aguas, nos alivia temprano del sofoco de la subida hasta Allende. Dejando atrás la localidad por su primitiva ermita que, mimetizada con la montaña, atravesamos, casi sin darnos cuenta, por encima de su techo, adentrándonos en un estrecho y tupido valle surcado por el arroyo Cobejo que nos sirve casi de único guía, pues el follaje se cierra sobre nosotros ocultando cualquier referencia en el horizonte.

Rusticas pasarelas de madera nos sacan poco a poco a la luz de antiguos castañares que nos dejan entrever Cabañes, con sus casitas resbalando por la ladera. A partir de aquí, el descenso será prolongado hasta la ermita de San Francisco, ya en el término de Potes. Las huellas de la “civilización” se acentúan hasta hacernos entrar en la Villa de los Puentes y las Torres.

Potes bien merece una visita sosegada de aquellos que saben valorar las grandes historias que se ocultan tras lo aparentemente pequeño, así que hacemos noche allí para acometer a la mañana siguiente la subida a Santo Toribio. Atravesamos con las primeras luces el Puente de San Cayetano, donde confluían todos los caminos de peregrinos para hacerse uno sólo hasta el Lignum Crucis. Antiguas ermitas, como San Juan de la Casería, se desperdigan por todos lados, hasta que, a la vista del albergue de peregrinos del Monasterio, vemos llegar nuestra meta.

Los sobrios sillares del cenobio muestran abierta la Puerta Santa en esos días, por la que el peregrino, emocionado aun por la llegada, se adentra en la iglesia: la Fraternidad Franciscana guarda ahora la tumba de Santo Toribio, con su tapa desvencijada por los continuos “recuerdos” que los caminantes arrancaban en forma de lasca de madera, y la Capilla del Lignum Crucis, que, a la hora del oficio divino, es mostrado cada día de este Año Santo a los peregrinos, y besamos con humildad, quizás con incertidumbre, quizás con devoción. Misa tranquila, con la iglesia llena pero sin apreturas, que nos permite ver, gracias a las inconfundibles mochilas (a las que aquí, afortunadamente, se les permite la entrada como elemento bendecido del peregrino que es…), a los compañeros de camino; sorprendentemente muchos de los que partimos de San Vicente confluimos allí, como el “caballero francés” de Quentin: a la hora de la Paz, los abrazos entre nosotros no pueden ser más sinceros.

Para orgullo de “patria chica” queda el dato de que son los peregrinos sevillanos los más numerosos ese año: no por nada en Sevilla también tenemos “lignum crucis” custodiado por la Hermandad más antigua de la ciudad, la Vera-Cruz.

Las montañas, como los Siete Sellos bíblicos, cierran Liébana y parecen protegerla de ese “apocalipsis” con el que las masas y el consumismo amenazan nuestros caminos. Beato guardó vigilia una Nochebuena esperando al Anticristo…tampoco es para ponerse así, pero no nos durmamos esperando que la salvación de las sirgas de peregrinación venga, al sonido de Siete Trompetas, de la mano de alguna fuerza divina: la preservación de este tesoro y su puesta en valor está en el alma y el cariño de cada peregrino…tan fácil y tan difícil. Buen Camino

Llegando a Lebeña

(Artículo publicado en la Revista Peregrino nº 201-202, con el título «De Camino a Santo Toribio de Liebana»)

100 Palabras

La luna acompaña la lámpara de la Berenguela desde

hace siglos cuando el Año se hace Santo,

alumbrando ilusiones y esfuerzos de caminantes, a

través de sendas que trazan ríos humanos entre la tierra y

la historia, dando vida al espíritu que se acomoda en las

entrañas de la Catedral, desde que las columnas eran

árboles y su luz las estrellas del firmamento. Mucho ha

cambiado desde Paio hasta hoy, salvo la pasión y la fuerza

que mueven el espíritu hasta Compostela. Ata bien tus

botas, desata el corazón, bebe de la tradición: solo así

llegarás al corazón de Santiago.

Romero solo

Escribiendo, en estos tiempos tan inciertos, miras atrás y todo se relativiza: problemas, sueños, añoranzas…y las vivencias auténticas se refuerzan, nos parecen “pecata minuta” los obstáculos que se nos interpusieron con ellas. Los caminantes estamos acostumbrados a ello: el Camino es buena escuela de superación de tantas piedras como aparecen en senda vital de todo ser humano. Porque es habitual que las obligaciones laborales y responsabilidades familiares hagan que el “peregrino constante” tenga que superar y engranar vicisitudes para lograr escapar a ese Camino siempre cercano en el alma, pero a veces lejano en la realidad de la vida que llevamos.

Ese “lamento”, tan conocido por el caminante, arrastraba yo. Muchos suspiros en estos últimos años alejado de él, pero todo llega…que el Santo no es milagrero, pero ayuda al peregrino…y allá que a mediados de mayo del “feliz 2019” subía al autobús hacia Salamanca, donde había dejado mi camino platero tres años antes… ¿o quizás fueran más en el sentimiento?, pues cambiante es el mundo siempre, pero en estos tiempos con más celeridad. Bajarse del bus en tierra charra y desbordarse los sentimientos fue todo uno: cuantos anhelos y dificultades…pero allí estábamos, por fin, bordón en mano.

Salamanca, siempre acogedora, vibraba populosa de gentes, pero el peregrino, que debe preparar cuerpo, mente y espíritu por igual, busca el rincón sereno en los albores de la partida para revisar estos puntales tan fundamentales; y allí que encontré abierto San Marcos, con su Cristo románico colgado del tiempo, en la salida histórica de la ciudad antigua. Sopa castellana para caldear el aire que esa noche anunciaba el frio que vendría en las próximas jornadas, y a soñar con el “Campo de Estrellas”.

Al despertar, la mañana fresquita y soleada despereza la ciudad y abre sus puertas al campo castellano. Largos, rectos e interminables tramos se abren como surcos en la tierra, salpicada con algún bosquete y pequeñas poblaciones que se suceden sin apenas compañeros de viaje, hasta llegar al final de la jornada a Calzada de Valdunciel. El coqueto y acogedor albergue municipal nos cobija a una “pequeña ONU”: italiana, neozelandesa, español…y la misa de la tarde, en la más que cuidada Iglesia, nos presenta a todo el pueblo en una de esas escenas, congeladas en el tiempo, que aun reúnen a los vecinos en torno a la despedida del parroquiano difunto, y que nos sitúa casi al mismo nivel de protagonismo, pues la indumentaria delata que nuestra presencia es más que ajena, y novedosa, al evento.

Ruinas del Castillo de Castrotorafe (Zamora)

Las largas rectas vuelven a romper la mañana, y un pequeño arcoíris enredado en una percha de riego da color al reseco paisaje de cereal y tierra áspera. Así llegamos a El Cubo de la Tierra del Vino, en plena festividad de San Isidro, lo que nos concede la oportunidad, al atardecer, de vivir una escena digna de ser narrada por Machado: la modesta procesión del Santo sale de la Iglesia, “Casa de Dios y Puerta del Cielo”, como reza en el dintel de su puerta, y se adentra en los campos, seguida por los devotos y algunos peregrinos, para bendecir la tierra en un rito probablemente de reminiscencias celtiberas, que enlaza con nuestro mozárabe Santo. Un lujo para el alma presenciar esta celebración, casi congelada en los siglos.

La cena al atardecer reúne a un grupo heterogéneo que alegra la mesa y da calor a la soledad que, a veces, en la Plata, nos acucia como la melancolía al eremita que, sabiendo que elige una vida de esfuerzo, seguramente echa de menos, al menos de cuando en cuando, la compañía humana.

La vivencia compartida da al amanecer un color más acogedor, a pesar del frio que, inexplicablemente, se va haciendo más presente día a día como si entráramos en un invierno tardío. El Camino, para los peregrinos hispalenses, tiene en esta jornada un componente especial, pues bordea el pequeño pueblo de Peleas de Arriba, que vio nacer a Fernando III El Santo.

La llanura verde comienza a ascender levemente, como olas que se encrespan, hasta la bajada repentina al Duero, que cerca Zamora y la esconde como el pez al anillo del Obispo Atilano, como nos recuerda su monumento en la margen del rio. La siempre cuidada y armoniosa ciudad nos lleva hasta Santa Lucía cuando el reloj de sol de su fachada marca algo más del mediodía. “Ser en la vida romero…que cruza por caminos nuevos”…los versos de León Felipe parecen hechos a medida para su tierra zamorana: vagar por sus calles mientras llega la hora de abrir el albergue no se hace ni largo ni pesado en el ánimo, al contrario; el rosario de iglesias y callejas te envuelve en un limbo de tranquilidad, belleza y sosiego…San Cipriano, Santiago del Burgo, San Juan de Puerta Nueva…Zamora es ciudad de inicio también, y eso se nota en el albergue completamente lleno, pero acogedor por la edificación tan bien distribuida y el buen hacer de sus Hospitaleros Voluntarios.

Cerca de tapial tradicional, en las cercanías de Tábara (Zamora)

Al caer la tarde, pasando por la Casa del Cid, me dirijo a una de mis iglesias preferidas. Semioculta entre las casas del arrabal y los árboles está Santiago el Viejo, donde el Campeador calzó espuelas: la primera vez sentí la necesidad de descalzarme para entrar, tal energía sentía exhalar a sus muros cargados de historia; las figurillas de los capiteles te sonríen e invitan a quedarse y meditar o simplemente escuchar tu respiración…tareas muy peregrinas todas, dicho sea de paso.

El batiburrillo de peregrinos se ordena para la cena comunal y el sueño reparador. La mañana clara nos guía, tras atravesar las murallas y dejar atrás la bifurcación hacia el interesante (y desconocido) camino platero portugués, a Roales del Pan. La localidad, con su moderno cruceiro y área de descanso para el peregrino, es lo único que romperá la monotonía hasta llegar a Montamarta, y el cambiante cielo, que se oscurece en los albores de la tormenta y enfría aún más el aire de la llanura.

El albergue, cómodo pero distante de la población, es batido esa tarde por los cuatro costados por una lluvia torrencial, tras la que amanece una mañana soleada. Atravesamos Ricobayo por el lecho del embalse, vaciado por la pertinaz sequía, y se nos abre una jornada de impresionantes ruinas ilustres, empezando por el Castillo de Castrotorafe, digno de ser cantado por el mismo Tolkien, o el Monasterio cisterciense de Moreruela, de dimensiones tan magníficas que será en su caserío de Granja de Moreruela donde encontraremos albergue y hospitalidad esa noche.

Saliendo por la mañana dejamos al frente el Camino platero para mejor ocasión, y tomamos a la izquierda por el Sanabrés. El cambio de paisaje se hace notar ya en los colores que se acentúan y multiplican anunciando territorios más serranos, y el Puente de Quintos, sobre el impresionante Esla, nos abre la puerta hacia el noroeste compostelano.

Y llegamos así a Tabara, al antiguo scriptorium de Beatos del desaparecido monasterio, por sendas que serpentean entre ramales ferroviarios que, como los antiguos dragones de los pergaminos que allí se pintaron, amenazan con su sola presencia la senda jacobea, y que tendremos que “vigilar” entre todos pues de todos es el Camino.

Tábara nos acoge y nos despide con la misma calidez: a unos hacia el Aliste y la Sierra de la Culebra, a otros de vuelta a casa, que el tiempo del gozo llega a su fin. Parten de mañana los peregrinos, y yo, solo con mi cayado, espero el autobús, como fuera de sitio, y recuerdo los versos del poeta del pueblo “Para mi el bordón sólo del romero…Yo quiero el camino blanco y sin término”

La sonrisa del Santo

En las postrimerías del año más oscuro, en la ciudad de las estrellas, un martillo de plata retumbará en el mundo deshaciendo un muro de piedra y desdichas, de argamasa y tristezas, de frustraciones y sinsabores…es el amor de Dios quien lo derrumba.

Lo empuñará el Arzobispo, pero lo impulsará la fuerza de la Fe de los peregrinos. Bien lo sabe el Señor Santiago, que ya sonríe viendo, entre el polvo que se levanta ante la Puerta que cede, las primeras botas sucias de sus peregrinos…Faltan los abrazos, pero guarda sus deseos y anhelos a buen recaudo, bajo su esclavina, como el secreto más cálido para soportar este duro invierno…por eso sonríe.

 Porque por encima de pandemias y problemas, mañana los peregrinos estarán allí, estaremos todos…hasta los que ya no están…porque a Santiago se llega, antes que con las piernas, con el corazón. Estaremos en el brillo de los ojos del primer caminante que asome por el dintel sagrado que se abre de tarde en tarde, en la luz que brilla en la linterna de la Berenguela, en la Estrella de Platerías que cabalga en la fuente.

Mirad ese día al Cielo, peregrinos…no dejéis de mirar…La misma Luz que guió a los Magos de Oriente se encierra en aquella lucerna que solo se ve con los ojos del alma peregrina…mirad más lejos, más arriba: es la Luz de la Esperanza, es la Luz de Compostela… Feliz Navidad y Buen Camino.

A mi amigo Paco Tena, en este duro invierno

Del buen gobierno de las cosas

“μέτρον ἄριστον” (en la moderación esta lo mejor). El adagio clásico sirve igual para un roto que para un descosido. Aplicable a cualquier aspecto de la vida, en él se encierra la guía de nuestras acciones: encontrar el término medio.

Tolerancia y moderación adornan al ser humano, como dirían los maestros, y cuando el fiel de la balanza no encuentra estabilidad entre ilusión y razón, los mejores proyectos dan al traste.

Ermita en Casas de Reina, en el Camino Jacobeo de la Frontera

En el mundo jacobeo, como en la sociedad en general, es fácil encontrar ambos extremos, y gente que fluctúa de un extremo a otro: peregrinos “new age” para los que todo es de color; caminantes que se han escorado a lo “políticamente correcto” (que, casi siempre, va en detrimento del Camino…)y desechan cualquier actitud crítica; aquellos que han perdido la ilusión, sin darse apenas cuenta, y vagan por cómodos senderos con alergia a las botas sucias, o quien se enfrenta a los derroteros (camino de las rocas, muchas veces…) de la sirga jacobea en armado solo de guitarra y chanclas. Está el caminante que solo ha surcado los libros de la tradición santiaguista sin saber sentido en el alma las «lágrimas del Obradoiro», y el que atraviesa kilómetros, mochila a la espalda, sin saber que recorre: ambos pasan con orejeras por la universalidad de la herencia compostelana.

Repito que no es nada nuevo en la evolución de los fenómenos socio-culturales, pero encontrar el añorado equilibrio, con mayor o menor acierto (humanos somos…) las más veces es cuestión de avanzar hacia adelante sin olvidar lo que hemos andado y nos ha enriquecido en saber y comprender.

Vista del antiguo recinto fortificado de Braganza (Portugal), en la variante portuguesa del Camino Mozárabe de Santiago – Vía de la Plata

El dirigente jacobeo debe estar en el Camino y en los despachos; si olvida cualquiera de los dos ámbitos, se aleja sin remisión de la realidad peregrina. Aporta tanto una reunión con la Administración Pública, donde siempre se puede ver la luz a un problema (no todos son demonios con rabo…aunque haya que buscarlos con una linterna a plena luz del día), como la visita a un pequeño pueblo de un camino incipiente y/u olvidado que te sorprende con su acogida o su tradición ignorada por el común.

Es la obligación de quienes dirigen asociaciones y federaciones y tienen en sus manos el futuro de estas instituciones y la ilusión de los peregrinos comprometidos, que aun los hay.  

Como un apache al borde del Camino

El Año Santo 2021 se acerca como el “caballo de hierro” por la pradera: imparable, rompiendo con su ruido (o fanfarria, según quien lo escuche…), extraño, o cuanto menos envuelto en múltiples incertidumbres. Invento escondido bajo la carcasa de un jubileo medieval que era gloria para el peregrino, pero que, desde los años 90, parece que tiene la obligación de venir cargado de novedades que, las más veces, poco aportan a lo ya celebrado desde hace ochocientos y pico de años.

Cada año que salgo al Camino, o simplemente cada vez que contrasto opiniones en los foros jacobeos, me veo más como un “apache”, ajeno a la dinámica de los nuevos tiempos, que no comprende muchas actuaciones de unos y de otros y que teme finalmente no encajar en esta nueva civilización “(post)jacobea”.

La maquinaria administrativa pública (civil en la mayoría de los casos, pero también, para mayor escarnio, en muchos también la eclesiástica) afina los eslóganes publicitarios y las actuaciones que puedan salir en la foto, siempre “salvaguardando el Camino y mejorándolo…”…y en ocasiones salen en fotos que no quieren (vean https://twitter.com/camaro_ro/status/1222480935393906688), pero sin miedo siguen adelante.

Todo, en las hábiles manos adecuadas, es susceptible de dejar rédito económico, y el Camino hace tiempo que se ve como “factor de productividad”, lo cual no estaría mal si para ello no se sacrificara tan alegremente su historia, tradición y alma.

No somos malos contra buenos, el mundo esta lleno de gama de grises y en el propio mundo jacobeo, por activa o por pasiva, se contribuye a esta situación de manera más o menos consciente. Los principales valedores y depositarios del legado jacobeo, las Asociaciones, adolecen, como leí a una buena peregrina, de los mismos males que la España deshabitada: de envejecimiento y despoblamiento.

Con los miles de peregrinos que andan las sagradas sirgas anualmente, apenas un puñado se comprometen con el sentir jacobeo más allá vestir sus botas de “quechuagrinos” (dicho esto con todo cariño hacia Decathlon, que nos equipa a todos en mayor o menor medida) y contar su aventura en reuniones de amigos…y el Camino es mucho más que un recorrido andariego: quien no es consciente de ello ha pasado por él sin pena ni gloria. El compromiso con la causa es cada vez menos joven, y los que quedan nos estrujamos la cocorota por saber el “quid”.

Por otro lado ese exceso de tiempo al pie del cañón (creo que factor más influyente que el hecho de la edad elevada…) de los peregrinos que conforman las asociaciones, deviene peligrosamente en la conversión de sus entidades en meros clubs sociales, carentes de beligerancia con los desmanes que azotan al Camino, más que nada por no molestar ni molestarse…salvo honrosas excepciones.

Sin embargo aquí seguimos, porque siguen existiendo peregrinos y gente comprometida, locos enamorados de eso tan intangible a veces como es “lo jacobeo”…y mientras ellos existan habrá esperanza, pero hagamos examen de conciencia y resucitemos ese pellizco que sentimos la primera vez que pisamos el Obradoiro con las botas sucias, u oramos ante la Tumba del Santo con lágrimas en los ojos, quizás cuando vuelva esa luz al alma, su reflejo hará se nutran las filas para seguir luchando por algo tan hermoso como el Camino de Santiago.

Misericordia jacobea

Corría el Año de la Misericordia.

Mientras esperaba en el hall del Hotel, la noche que caía, envuelta en el templado y húmedo ábrego, presagiaba un cambio de tiempo que traía olor a tierra mojada y a la ansiada lluvia. Lo que hubiera dado Michel por aquel prometedor aguacero que se cernía sobre Sevilla apenas un par de meses atrás…la vida misma.

Mientras esperaba a los compañeros que traían desde el aeropuerto a aquella familia de tierras valonas, recordó lo vivido desde aquella tarde plomiza de Septiembre. “La Plata la hizo Santiago para probar al peregrino”, le gustaba pensar, pero aquel año el sempiterno calor sureño alcanzó un punto de no retorno en los termómetros: hacía muchos días que las noches no refrescaban y un calor, como de caldera de viejo barco, convertía el aire casi en mantequilla.

Andar bajo ese sol es temerario, pero el peregrino contadas veces da un paso atrás. Una extraña fuerza se lo impide, la misma que, desde siglos, le guía siempre  hacia el Oeste, hacia la soñada Compostela…y hay un precio a pagar por ello.

Michel era experto, bragado jacobípeta en muchos caminos, templado por el viento y la lluvia de su Bélgica natal, pero ajeno seguramente a las temperaturas que la Sierra Norte y la campiña sevillana podían alcanzar.

El teléfono sonó aquella tarde como una trompeta apocalíptica despertándole en la sombra fresca de una casa cerrada, a cal y canto, como única defensa del mortífero solano:

  • Acaban de avisarnos…ha muerto un peregrino.
  • ¿Dónde?
  • En la subida al Calvario…

…Y el tiempo se paró…tantos recuerdos en ese lugar…

El desconcierto inicial generó prensa “amarilla” a raudales: que si iba solo, que si se la jugó a horas intempestivas, que era germano…

Contactos rápidos y operativos con esos “olivillas” del benemérito cuerpo que guardan nuestros Caminos aclararon circunstancias y sonó un nombre…Michel.  La Asociación de Sevilla se puso manos a la obra y ofreció al consulado belga lo poco o mucho que tenía…su hospitalidad para con la familia.

Fue todo tan rápido que en apenas unas horas la burocracia, en esta ocasión efectiva,  se había puesto en marcha repatriando el cuerpo del caminante sin haber podido hacer nada más por él ni por los suyos.

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La tradición obliga…el caminante lo lleva en la sangre…el Santo Peregrino debía ser recordado, como mandan los cánones jacobeos…enterrar a los difuntos. Los compañeros fueron unánimes y la Asociación de Sevilla acordó perpetuar su recuerdo en el lugar donde cayó; sin embargo, los intentos de contactar con la familia resultaban infructuosos.

Pero el Santo, poco acostumbrado a estos gestos que se van perdiendo entre el inconsciente colectivo de muchos “andarines” que llegan a Compostela sin haber sido peregrinos siquiera un instante, no podía dejar a uno de sus elegidos así: a punto de desechar el homenaje, les comunicaban que la familia llegaba a Sevilla para asistir en la fecha señalada…adelante, más allá.

Y aquí se encontraba, aguardando, impaciente y tenso por las posibles dificultades con el idioma, y por la incógnita sobre el estado de ánimo de la familia estando tan reciente la pérdida.

Llegaron en silencio: su hermano Jacques, su hijo Benjamín y la pareja de este último, Virginie, y, pasadas las presentaciones, Benjamín fue directamente a la herida, preguntando en un francés cerrado: ¿Cómo murió mi padre?

Le relató lo hechos; como el Santo le puso como compañera casual a una peregrina belga que lo asistió en el terrible momento, que fue rápido y fulminante, y como llegaron a él los equipos forestales. Y, de repente, Benjamín rompió a llorar…era la primera vez que oía como había ocurrido todo.

Sabiéndolos bien atendidos por el siempre hospitalario personal del hotel(…dar posada al peregrino), se retiraron a descansar todos, cuando la lluvia comenzaba a brillar sobre los adoquines de las calles. El día siguiente sería duro… y no solo por el trayecto a recorrer.

La noche fue tormentosa y amenazaba con complicar el día en el que, a petición de los familiares, un grupo de peregrinos que los acompañaban y ellos mismos harían la última etapa de Michel. Al encuentro, en el lugar donde un pequeño monolito lo recordaría, llegarían otros más caminantes, autoridades y el Padre Luis que bendijera el lugar.

Inesperadamente la mañana se tornó casi primaveral y apacible, con un sol amigo que se agradecía. Mientras subía el Calvario por la vertiente del pueblo, meditaba sobre el contraste entre la luminosidad del día, que pintaba de colores la Sierra como en un cuadro impresionista, y lo triste de lo sucedido, y pensó que la muerte de un peregrino en el Camino nunca podría ser oscura y lúgubre, más cuando sucede a pleno día y en una situación intensa de vivencias, como el peregrino gusta y solo él comprende, duras muchas veces, pero siendo su deseo de caminante estar allí y vivir ese momento, libremente elegido…porque el Camino es libertad o no es nada…y el hilo entre el disfrute y el sufrimiento, entre la vida y la muerte, delgado y difuso.

Arribando al lugar, varias docenas de peregrinos aguardaban ya la llegada del grupo que avanzaba desde Castilblanco. La sencilla estela, aun tapada, recordaría su nombre y su gesta jacobea para siempre. Y llegó la familia y el resto de compañeros; hincando la rodilla en tierra, Jacques descubrió el pequeño monolito y, con serenidad increíble, permaneció orando unos segundos. Comprendió, con los allí presentes, que se cerraba el círculo del duelo, que era la despedida negada por aquella tarde inmisericorde de Septiembre…y no hizo falta más. Michel acometió aquella última cuesta hacia el albergue eterno bajo la luz brillante.

Corría el Año de la Misericordia.

IN MEMORIAM de Michel Laurent, fallecido el 4 de septiembre de 2016 en el Camino a Compostela

Michel Laurent

ASOCIACION AMIGOS DEL CAMINO DE SANTIAGO Y JUBILAR LEBANIEGO

Asociación creada con el objeto de recuperar el Camino Real Histórico por la costa de Cantabria a Santiago y Santo Toribio (Camino Lebaniego)

El Aquelarre

Escritos heterodoxos y Reflexiones heréticas desde lo profundo del Bosque Oscuro

Pilgrimage In Medieval Ireland

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El Arco de Odiseo

Divulgación histórica y arqueológica del Mediterráneo antiguo

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