Del buen gobierno de las cosas
“μέτρον ἄριστον” (en la moderación esta lo mejor). El adagio clásico sirve igual para un roto que para un descosido. Aplicable a cualquier aspecto de la vida, en él se encierra la guía de nuestras acciones: encontrar el término medio.
Tolerancia y moderación adornan al ser humano, como dirían los maestros, y cuando el fiel de la balanza no encuentra estabilidad entre ilusión y razón, los mejores proyectos dan al traste.

En el mundo jacobeo, como en la sociedad en general, es fácil encontrar ambos extremos, y gente que fluctúa de un extremo a otro: peregrinos “new age” para los que todo es de color; caminantes que se han escorado a lo “políticamente correcto” (que, casi siempre, va en detrimento del Camino…)y desechan cualquier actitud crítica; aquellos que han perdido la ilusión, sin darse apenas cuenta, y vagan por cómodos senderos con alergia a las botas sucias, o quien se enfrenta a los derroteros (camino de las rocas, muchas veces…) de la sirga jacobea en armado solo de guitarra y chanclas. Está el caminante que solo ha surcado los libros de la tradición santiaguista sin saber sentido en el alma las «lágrimas del Obradoiro», y el que atraviesa kilómetros, mochila a la espalda, sin saber que recorre: ambos pasan con orejeras por la universalidad de la herencia compostelana.
Repito que no es nada nuevo en la evolución de los fenómenos socio-culturales, pero encontrar el añorado equilibrio, con mayor o menor acierto (humanos somos…) las más veces es cuestión de avanzar hacia adelante sin olvidar lo que hemos andado y nos ha enriquecido en saber y comprender.

El dirigente jacobeo debe estar en el Camino y en los despachos; si olvida cualquiera de los dos ámbitos, se aleja sin remisión de la realidad peregrina. Aporta tanto una reunión con la Administración Pública, donde siempre se puede ver la luz a un problema (no todos son demonios con rabo…aunque haya que buscarlos con una linterna a plena luz del día), como la visita a un pequeño pueblo de un camino incipiente y/u olvidado que te sorprende con su acogida o su tradición ignorada por el común.
Es la obligación de quienes dirigen asociaciones y federaciones y tienen en sus manos el futuro de estas instituciones y la ilusión de los peregrinos comprometidos, que aun los hay.
Como un apache al borde del Camino
El Año Santo 2021 se acerca como el “caballo de hierro” por la pradera: imparable, rompiendo con su ruido (o fanfarria, según quien lo escuche…), extraño, o cuanto menos envuelto en múltiples incertidumbres. Invento escondido bajo la carcasa de un jubileo medieval que era gloria para el peregrino, pero que, desde los años 90, parece que tiene la obligación de venir cargado de novedades que, las más veces, poco aportan a lo ya celebrado desde hace ochocientos y pico de años.
Cada año que salgo al Camino, o simplemente cada vez que contrasto opiniones en los foros jacobeos, me veo más como un “apache”, ajeno a la dinámica de los nuevos tiempos, que no comprende muchas actuaciones de unos y de otros y que teme finalmente no encajar en esta nueva civilización “(post)jacobea”.
La maquinaria administrativa pública (civil en la mayoría de los casos, pero también, para mayor escarnio, en muchos también la eclesiástica) afina los eslóganes publicitarios y las actuaciones que puedan salir en la foto, siempre “salvaguardando el Camino y mejorándolo…”…y en ocasiones salen en fotos que no quieren (vean https://twitter.com/camaro_ro/status/1222480935393906688), pero sin miedo siguen adelante.
Todo, en las hábiles manos adecuadas, es susceptible de dejar rédito económico, y el Camino hace tiempo que se ve como “factor de productividad”, lo cual no estaría mal si para ello no se sacrificara tan alegremente su historia, tradición y alma.

No somos malos contra buenos, el mundo esta lleno de gama de grises y en el propio mundo jacobeo, por activa o por pasiva, se contribuye a esta situación de manera más o menos consciente. Los principales valedores y depositarios del legado jacobeo, las Asociaciones, adolecen, como leí a una buena peregrina, de los mismos males que la España deshabitada: de envejecimiento y despoblamiento.
Con los miles de peregrinos que andan las sagradas sirgas anualmente, apenas un puñado se comprometen con el sentir jacobeo más allá vestir sus botas de “quechuagrinos” (dicho esto con todo cariño hacia Decathlon, que nos equipa a todos en mayor o menor medida) y contar su aventura en reuniones de amigos…y el Camino es mucho más que un recorrido andariego: quien no es consciente de ello ha pasado por él sin pena ni gloria. El compromiso con la causa es cada vez menos joven, y los que quedan nos estrujamos la cocorota por saber el “quid”.
Por otro lado ese exceso de tiempo al pie del cañón (creo que factor más influyente que el hecho de la edad elevada…) de los peregrinos que conforman las asociaciones, deviene peligrosamente en la conversión de sus entidades en meros clubs sociales, carentes de beligerancia con los desmanes que azotan al Camino, más que nada por no molestar ni molestarse…salvo honrosas excepciones.
Sin embargo aquí seguimos, porque siguen existiendo peregrinos y gente comprometida, locos enamorados de eso tan intangible a veces como es “lo jacobeo”…y mientras ellos existan habrá esperanza, pero hagamos examen de conciencia y resucitemos ese pellizco que sentimos la primera vez que pisamos el Obradoiro con las botas sucias, u oramos ante la Tumba del Santo con lágrimas en los ojos, quizás cuando vuelva esa luz al alma, su reflejo hará se nutran las filas para seguir luchando por algo tan hermoso como el Camino de Santiago.
Si Milciades fuera español
Cuando visité Grecia me llamó la atención una constatación que para los griegos era algo natural e incuestionable: los militares formaban parte de la sociedad, sin ambages, desde que las polis iniciaron su andadura; se les admiraba como a cualquier otro compatriota, médico, matemático, arquitecto…sin discriminaciones ni prejuicios. Todos contribuyeron a hacer de Grecia la cuna de la civilización europea. Y esa herencia “natural” la eché de menos en mi país. Si Milciades hubiera sido español ¿Hubiera tenido el mismo reconocimiento?
Aquí muchos dirán que si la última guerra sufrida en suelo patrio fue por causa de ellos (tomar la parte por el todo es algo muy español…un general gallego con mala leche estigmatiza a todo un estamento social), y se anclan en ese pasado para no ver el papel que hoy día juega, tan distinto, porque la modernidad también puede estar llena de arcaísmos. El mundo es, a veces, hostil en demasía (si no que se lo pregunten a los millones de refugiados de guerra) y es positivo ser pacífico, pero la paz no se defiende sola: los que vivimos la Guerra de los Balcanes en los 90 lo sabemos muy bien…lean “El Amor armado” de José María Mendiluce.
El Ejército hoy es una de las instituciones nacionales más intachables y admiradas…de las pocas: el soldado no es ya una figura de represión sino de protección, que guarda y vela nuestra seguridad (ahí están las operaciones contra el ISIS, por ejemplo). La pasada celebración del Dia de las Fuerzas Armadas fue todo un placer para los sevillanos, que nos volcamos visitando las unidades expuestas en el Parque de Mª Luisa (por cierto, explicando los militares con un cariño y humor envidiable a los ciudadanos que por allí pasábamos, bajo un calor de justicia…), los ejercicios en el rio, en el desfile posterior…y me alegró ver la cordialidad de la relación con ellos.

Sin embargo, aun nos queda mucho por avanzar en esa normalización a la que llegamos tarde, como tantas cosas en este país, mientras cuestionamos calles dedicadas a héroes de guerra (bochornoso, por ejemplo, el cuestionamiento de la calle “Almirante Cervera”) o monumentos a su recuerdo (el de los Héroes de Baler, inaugurado hoy con mucho esfuerzo…), o acomplejados de llevar al cine hechos históricos en los que fueron protagonistas.
El Ejercito hoy no es oscuridad y abuso de poder, como pudo ser puntualmente en un momento histórico: son veintitantos valientes caídos en la defensa y ayuda a Mostar, son misiones internacionales de mantenimiento de la paz, son caídos en el Líbano en defensa de un territorio libanés casi indefenso…son un pilar de la civilización, con los mismos derechos y obligaciones que cualquier ciudadano.
La sombra de Europa
Los extremismos son una pesadilla que se esconde, se oculta (a veces en lo más recóndito, expectante…) en la mente de toda persona. Todos estamos expuestos en algún momento, en alguna circunstancia concreta al menos, a dejar a un lado educación y valores y dejar escapar a la bestia. Siempre ha habido y habrá maestros oscuros (al lado de los cuales los Sith son «monaguillos»…) que sepan encauzar esa expresión cuasi-animal de pasar por encima de todos y de todos por miedo, por egoísmo, por sentimiento de superioridad…olvidando lo que nos hace personas…la racionalidad.
No hay que retrotraerse a los asirios o a los bárbaros…hace apenas unas cuantas décadas en Europa campearon el fascismo (breve, afortunadamente…salvo en este país…, pero intenso en maldad) y el comunismo más radical (duradero, y, a la larga y pausadamente, casi tan mortal como el primero), demostrando que entre el hombre civilizado y el que no, no hay tanta distancia a pesar de la pretendida evolución del pensamiento humano.
En Europa hace años que la ultraderecha va ganando terreno, incluso en sociedades consideradas cuna de la Razón como es la francesa, y mucho tardaba en hacerse hueco en nuestro país.
Son los de ahora más «inteligentes» (disculpen por el insulto que ello conlleva hacia la gente inteligente, por eso lo entrecomillo) que aquellos de «brazo alzado», pero el espíritu es el mismo, la semilla heredada y adornada de falsa reacción ante el «caos» que nos inunda, ofrece rápidas «falsas salidas» a los problemas. Pero, como apuntan gente más reflexiva, no es que ahora haya «camisas azules» hasta debajo de la cama; se nutren del desencanto de la masa, del desespero, de gente asqueada del «buenismo modernillo» en el que todo vale, mas que de pensadores y convencidos.
Contra ello lo peor es la confrontación, que los alimenta y les da alas, y el maniqueísmo de que toda idea que viene de su programa es fascista (calificativo que cada vez se usa más sin saber cuál es su real significado). Hemos dejado que se apropien de valores que deberían ser de todos, como el sentido de aprecio a sentirse español (a pesar de los pesares, uno de los mejores países donde se puede nacer…), o de ideas que son de común aceptaciónn por mucha gente de ideologías varias, como el reconocer que este sistema de las Autonomías «asimétrico» por culpa de malentendidos «derechos históricos», no sirve hoy sino para que existan desigualdades entre españoles por el mero hecho de haber nacido en una u otra (lean sino lo que opina Manuel del Valle, socialista ejemplar).
Se debe obrar con inteligencia (esta vez sin comillas…), desarmándolos con ideas novedosas, no desempolvando viejas beligerancias que ya fallaron, ilusionando, no estigmatizando…tan fácil y tan difícil, pero otro camino no hay, o seguirán ganando terreno.
Misericordia jacobea
Corría el Año de la Misericordia.
Mientras esperaba en el hall del Hotel, la noche que caía, envuelta en el templado y húmedo ábrego, presagiaba un cambio de tiempo que traía olor a tierra mojada y a la ansiada lluvia. Lo que hubiera dado Michel por aquel prometedor aguacero que se cernía sobre Sevilla apenas un par de meses atrás…la vida misma.
Mientras esperaba a los compañeros que traían desde el aeropuerto a aquella familia de tierras valonas, recordó lo vivido desde aquella tarde plomiza de Septiembre. “La Plata la hizo Santiago para probar al peregrino”, le gustaba pensar, pero aquel año el sempiterno calor sureño alcanzó un punto de no retorno en los termómetros: hacía muchos días que las noches no refrescaban y un calor, como de caldera de viejo barco, convertía el aire casi en mantequilla.
Andar bajo ese sol es temerario, pero el peregrino contadas veces da un paso atrás. Una extraña fuerza se lo impide, la misma que, desde siglos, le guía siempre hacia el Oeste, hacia la soñada Compostela…y hay un precio a pagar por ello.
Michel era experto, bragado jacobípeta en muchos caminos, templado por el viento y la lluvia de su Bélgica natal, pero ajeno seguramente a las temperaturas que la Sierra Norte y la campiña sevillana podían alcanzar.
El teléfono sonó aquella tarde como una trompeta apocalíptica despertándole en la sombra fresca de una casa cerrada, a cal y canto, como única defensa del mortífero solano:
- Acaban de avisarnos…ha muerto un peregrino.
- ¿Dónde?
- En la subida al Calvario…
…Y el tiempo se paró…tantos recuerdos en ese lugar…
El desconcierto inicial generó prensa “amarilla” a raudales: que si iba solo, que si se la jugó a horas intempestivas, que era germano…
Contactos rápidos y operativos con esos “olivillas” del benemérito cuerpo que guardan nuestros Caminos aclararon circunstancias y sonó un nombre…Michel. La Asociación de Sevilla se puso manos a la obra y ofreció al consulado belga lo poco o mucho que tenía…su hospitalidad para con la familia.
Fue todo tan rápido que en apenas unas horas la burocracia, en esta ocasión efectiva, se había puesto en marcha repatriando el cuerpo del caminante sin haber podido hacer nada más por él ni por los suyos.
La tradición obliga…el caminante lo lleva en la sangre…el Santo Peregrino debía ser recordado, como mandan los cánones jacobeos…enterrar a los difuntos. Los compañeros fueron unánimes y la Asociación de Sevilla acordó perpetuar su recuerdo en el lugar donde cayó; sin embargo, los intentos de contactar con la familia resultaban infructuosos.
Pero el Santo, poco acostumbrado a estos gestos que se van perdiendo entre el inconsciente colectivo de muchos “andarines” que llegan a Compostela sin haber sido peregrinos siquiera un instante, no podía dejar a uno de sus elegidos así: a punto de desechar el homenaje, les comunicaban que la familia llegaba a Sevilla para asistir en la fecha señalada…adelante, más allá.
Y aquí se encontraba, aguardando, impaciente y tenso por las posibles dificultades con el idioma, y por la incógnita sobre el estado de ánimo de la familia estando tan reciente la pérdida.
Llegaron en silencio: su hermano Jacques, su hijo Benjamín y la pareja de este último, Virginie, y, pasadas las presentaciones, Benjamín fue directamente a la herida, preguntando en un francés cerrado: ¿Cómo murió mi padre?
Le relató lo hechos; como el Santo le puso como compañera casual a una peregrina belga que lo asistió en el terrible momento, que fue rápido y fulminante, y como llegaron a él los equipos forestales. Y, de repente, Benjamín rompió a llorar…era la primera vez que oía como había ocurrido todo.
Sabiéndolos bien atendidos por el siempre hospitalario personal del hotel(…dar posada al peregrino), se retiraron a descansar todos, cuando la lluvia comenzaba a brillar sobre los adoquines de las calles. El día siguiente sería duro… y no solo por el trayecto a recorrer.
La noche fue tormentosa y amenazaba con complicar el día en el que, a petición de los familiares, un grupo de peregrinos que los acompañaban y ellos mismos harían la última etapa de Michel. Al encuentro, en el lugar donde un pequeño monolito lo recordaría, llegarían otros más caminantes, autoridades y el Padre Luis que bendijera el lugar.
Inesperadamente la mañana se tornó casi primaveral y apacible, con un sol amigo que se agradecía. Mientras subía el Calvario por la vertiente del pueblo, meditaba sobre el contraste entre la luminosidad del día, que pintaba de colores la Sierra como en un cuadro impresionista, y lo triste de lo sucedido, y pensó que la muerte de un peregrino en el Camino nunca podría ser oscura y lúgubre, más cuando sucede a pleno día y en una situación intensa de vivencias, como el peregrino gusta y solo él comprende, duras muchas veces, pero siendo su deseo de caminante estar allí y vivir ese momento, libremente elegido…porque el Camino es libertad o no es nada…y el hilo entre el disfrute y el sufrimiento, entre la vida y la muerte, delgado y difuso.
Arribando al lugar, varias docenas de peregrinos aguardaban ya la llegada del grupo que avanzaba desde Castilblanco. La sencilla estela, aun tapada, recordaría su nombre y su gesta jacobea para siempre. Y llegó la familia y el resto de compañeros; hincando la rodilla en tierra, Jacques descubrió el pequeño monolito y, con serenidad increíble, permaneció orando unos segundos. Comprendió, con los allí presentes, que se cerraba el círculo del duelo, que era la despedida negada por aquella tarde inmisericorde de Septiembre…y no hizo falta más. Michel acometió aquella última cuesta hacia el albergue eterno bajo la luz brillante.
Corría el Año de la Misericordia.
IN MEMORIAM de Michel Laurent, fallecido el 4 de septiembre de 2016 en el Camino a Compostela
Los leones de Sibenik
Cuando estudiaba la honorable (otra cosa es que en el ejercicio de la misma se desbarre…) carrera de Derecho, la asignatura de Internacional fue mi preferida. Coincidió por aquellos años con la terrible guerra de los Balcanes: el mundo se giraba hacia una Yugoslavia que, aparentemente, permanecía inmutable desde la época del Mariscal Tito, como asegurando unos cimientos de barro que habían sido germen de la I Guerra Mundial y que volvían a caer bajo el peso del nacionalismo más radical. Descubrimos así la Gran Serbia, los chetniks, las milicias croatas, los sufridos bosnios…heroicas resistencias, espeluznantes masacres, malos de opereta, y políticos armados tan solo de buenas palabras que chocaban con la bestialidad de una guerra cruel como pocas. Mediluce escribía «El amor armado», y los más criticos nos alineabamos con su filosofía.
Un país, o muchos más bien, lejanos y exóticos a la vista del acomodado europeo, por su cerrazón heredada del Telón de Acero, y sus mezcla de culturas católica, musulmana y ortodoxa . Los giros de la vida, décadas después, nos situaban ante unas encorsetadas vacaciones con destino incierto, y la palabra “Balcanes” apareció libre en la agencia de viajes: como es habitual las playas de la costa dálmata trataban de seducir al turista…pero el viajero va más allá y los recuerdos afloraron a borbotones de nombres recordados…Mostar, Sarajevo, Sebrenitza…había una elección que contemplaba ese destino tan, aparentemente, inquietante y gris, si no oscuro…y allá fuimos.
El avión parecía hacer equilibrios sobre un cable invisible aterrizando en Dubrovnik. Croacia nos recibía con la mejor de sus caras: algo masificada pero hermosa, con ecos cinéfilos de Desembarco del Rey, la ciudad se nos aparecía colgada del medievo más resplandeciente cuando bajo el mando de su “serenísima majestad”, el comercio y su estratégica situación la enriqueció y dotó del alma que aun transmite. La guerra de mis recuerdos parecía no haber pasado por allí, de no ser por la sala del palacio ducal dedicada a los defensores de la ciudad…remember.
Esa palabra alcanzaría su sentido real al día siguiente, mientras nos adentrábamos en Bosnia Herzegovina y nos perdíamos en las callejas de la ciudad vieja de Mostar. Nada que ver con lo imaginado; el día, ayudado del radiante de sol, la animación de las calles, el buen recuerdo que nuestros soldados dejaron allí, junto con su sangre, en defensa del más débil… Esplendor otomano, jardines-cementerios de resistencia numantina, zoco de arte y vida a raudales. Ya con la noche llegábamos a Sarajevo.
La ciudad lucia con la alegría del que sabe apreciar lo que tiene, y valorar lo perdido. La avenida de los francotiradores, con su bullicio de tráfico, parecía no haber vivido peores tiempos salvo por los todavía visibles orificios de proyectiles de todo tamaño. hasta el icónico Hotel Holiday Inn, reducto de los sufridos reporteros de geurra que nos llevaban la guerra en directo a nuestros telediarios, tiene una chapa y pintura que lo hacían irreconocible. La vida y la convivencia relucían por doquier; la biblioteca, recrecida sobre siglos de sabiduría, volvía a levantarse orgullosa de su pasado y sentido de la convivencia…y la simpatía de sus gentes por encima de todo.
Regresábamos a Croacia, a la ciudad de Split, con las calles tortuosas horadando el antiguo palacio de Diocleciano y su mausoleo, digno de una última cruzada, entre venecianos, bizantinos y turcos. La perla de la costa dálmata, a nuestro entender.
Camino de Zadar, una parada en Sibenik que sabe a poco. La Catedral de Santiago, custodiada por sus leones, resaltaba sobre un casco urbano pequeño pero interesante, con sus murallas acariciando el puerto…esas joyas del Adriático que parecen menores y ocultan su valor a los no iniciados.
Zadar al atardecer, con su órgano marino, parecía agarrarse a su impostura de tiempos perdidos del Imperio Austro-Hungaro. Y al día siguiente Plivtce, con sus centenares de lagos, quizás excesivamente explotada, a pesar de lo cual sobrevive en su hermosura a este maldito turismo masivo y maleducado que le da igual estar allí que en una piscina municipal.
Los días se pasaban rápidos y ya apenas Zagreb nos quedaba. Capital cosmopolita y moderna, con su Iglesia de San Marcos, y su tejado de tarta de cumpleaños, y la encantadora luz de gas bajo la tormenta que en torrenteras parecía querer tragarse Gornji Grad en la noche. Inolvidable paseo con la ciudad solo para nosotros.
Y al final el contraste de Slovenia, rica y populosa, resguardada por sus montañas y por los dragones que, cuenta la leyenda, protegen Ljubljana y su puente, parecía sacada de un calendario. La última noche en Opatija, envuelta en su glamour decadente, antes de regresar a casa, nos dio para reflexionar como la vida se abre camino, como la historia mil veces repetida, porque no aprendemos de ella, no puede sepultar las ganas de salir adelante del ser humano que resiste, como los leones que guardan Sibenik, al paso de los malos tiempos. Fascinantes Balcanes, lección de historia.
Que veinticinco años son…
Con la distancia todo se ve de otra forma, no sé si más claro o no, pero el tiempo, inexorable tamiz, siempre ayuda a digerir e interpretar todo con más mesura. El año pasado la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Sevilla cumplió veinticinco años de andadura, que se dice pronto.
En la historia jacobea este lapso puede no parecer especialmente consistente, pero en el periodo moderno del fenómeno de las peregrinaciones, que arranca allá por los años 60 del pasado siglo, es un tramo de años suficientemente extenso para significar ya un peso en la historia.
Mucho lo trabajado y logrado, y mucho lo evolucionado desde aquella Nochebuena de 1992 hasta hoy. Nos precedieron auténticos aventureros enamorados de una idea “peregrina” que el tiempo, el polvo de las sendas y el sudor de sus frentes, convirtió en una realidad consolidada a día de hoy.
José Luis Salvador, Ángel de la Asunción, M. Jesús Vega, Rafael Reca…a casi todos he tenido la suerte de conocer y aprender de sus enseñanzas… o más bien de su espíritu…pues, como aprendemos desde que ponemos las botas en la sirga compostelana, es el corazón y no los músculos lo que te lleva a Santiago, en cuerpo y alma.
Todos ellos, y muchos más, rondaban mi cabeza mientras realizaba la ofrenda en el Altar Mayor de la Catedral, allá por agosto del año pasado; los sentía, orgullosos de su labor, en derredor mía, en mi interior… No estaba en el mejor de mis momentos “jacobeos”, tengo que reconocerlo, pues numerosas piedras en el camino me habían hecho tomar ya entonces la decisión de no continuar en el cargo de secretario después de tantos años. Los sentimientos enfrentados se atemperaron en ese momento tan significativo para nuestra Asociación y dio lugar a una meditación sobre o vivido y lo por vivir que nos llenó a todos.
Consolidación de una Camino Mozárabe a Santiago por la Vía de la Plata, contra muchas dificultades, mantenerlo, cuidarlo…luchar por él; labor de difusión del espíritu jacobeo en nuestra ciudad “…et orbe”, tradiciones santiaguistas propias que se han consolidado, recreado y mantenido…en el “haber” tenemos la satisfacción de todo eso y mucho más que tuvo como culmen el Premio Elías Valiña en el 2009.
En el “debe” la lucha desigual por recuperar tramos usurpados, la falta de imbricación en la vida socio-cultural de la ciudad para una entidad con un cuarto de siglo, la falta de interlocución con la Archidiócesis…
Mucho queda por hacer, pero muy buena base la que traemos para lograrlo, siempre que no perdamos el norte de que Camino y peregrinos sigan siendo nuestro único “lei motiv”, por encima de cualquier otro interés, siempre abiertas nuestras puertas a la ciudad, y a los jóvenes en especial, y sin perder la esencia de que somos una asociación jacobea por encima de todo. Santiago nos ayude.
Reducción al absurdo
De verdad que he tratado de no escribir sobre este…»Salvame político»…pero nos copan la atención (o lo pretenden) en el espacio-tiempo de una manera…Soy de esos que no cree en la globalización (que poco bueno ha traído…) pero si en la aldea global. Cuando se viaja con cierta tranquilidad y te abres a la intrahistoria de las gentes y los lugares, te das cuenta que con todo el bagaje histórico-cultural que nos diferencia, el ser humano es igual en todas partes, con sus problemas y sus virtudes, y que el único elemento diferenciador en el jod…dinero.
La España actual se ha cimentado sobre un modelo político y económico asimétrico, a todos los niveles: somos, tristemente, el tercer país de Europa con más diferencias socio-económicas entre sus ciudadanos, según un informa de Intermón Oxfam…creemos que el haber estado a un lado u otro de una historia común nos da derecho a exigir.
El delicado momento histórico de la Transición hubo que salvarlo con mucho diálogo, y tragándose (sobre todo los más tolerantes, como pasa siempre…) muchos “sapos”, y uno gordo y seboso fue el de las “nacionalidades históricas”, donde se confundieron la historia y las señas de identidad con la sempiterna aspiración del ser humano a ser “más que los demás”. Cataluña, País Vasco…Navarra en lo “económico”…seguidos, con una actitud muy diferente, por Galicia o Andalucía…forjó este panorama abonado al conflicto. El coste de vidas humanas hizo recapacitar a los vascos más radicales…pero el afán de dinero no a Cataluña. Alimentado ese falso espíritu “nacional…ista”, que se basa en haber estado media historia de España apostando por el bando perdedor que les prometía privilegios del Antiguo Régimen (lease Guerra de Sucesión, olvidadas guerras Carlistas…y paces pagadas con dinero por Reyes incapaces de ejercer con realeza…) y por un victimismo inmaduro, llegó la democracia y…lo empeoramos.
Cuarenta años de una educación “dirigida” y sesgada han dado origen a toda una generación (o dos…) de catalanes que creen ser oprimidos y menospreciados y que una vez sean independientes, serán como una Suiza del Sur, donde atarán a los perros con longaniza.
Cansancio es poco…hartazgo de que aparezcan como el principal problema en España, cuando hay millones de parados, grandes fortunas enrocadas en si mismas, y corruptos andando por la calle sin problema…la solución pasa, a pesar de todo, por el diálogo y la educación igualitaria para todos los españoles (pues tenemos una Historia conjunta que nos une, no que nos separa) ya que es imposible ponerle un psiquiatra a cada independentista fanatizado que se cree la victima número uno de no se sabe que.
Lo único cierto, por reducción al absurdo, es que el “catetismo” (que en eso ha desembocado todo este nacionalismo) se cura si nos detuviéramos a conocer al otro, con los mismos problemas y sueños que cualquier otro ser humano, respetáramos más a nuestros semejantes y frenáramos la ambición desmedida de nuestro tiempo colaborando no apedreándonos…que no somos el ombligo del Mundo.
Hacia S. Andrés de Teixido: Camino del Mar
Se acerca el mes en el que las tinieblas vencen a la luz diurna, del ocaso otoñal que nos recuerda la nostalgia de los que se fueron, y de lo que se fue; del fin de las cosechas, del céltico Samhain banalizado por el consumista halloween…es tiempo de que el peregrino retorne sobre sus pasos al calor del hogar, y los caminos se despejen a la espera de la añorada primavera. Sin embargo, hay un Camino, uno de esos olvidados, que en este tiempo acentúa aún más su aura mistérica; camino antiguo, camino del mar, que sirvió en ambos sentidos para llevar peregrinos por las costas norteñas de la Península a Santiago, y para guiarlos hacia un destino tan presentido en el imaginario colectivo, especialmente el gallego, como real y auténtico…
Allá por la Sierra da Capelada, donde pastan los caballos libres, cuentan que las ánimas buscaban puerto para el Más Allá…en Teixido. Es la peregrinación a S. Andrés, una de las más ancestrales de Galicia; ignorada por los foráneos, en Galicia sin embargo goza de gran predicamento…que mejor ir de vivo a conocerlo.
Como uno es precavido, nos adentramos a la aventura en Octubre (que aun el día gana la partida a la noche…), tras muchas investigaciones y la inestimable ayuda del historiador Andrés Pena y del Club de Montaña de El Ferrol. El largo viaje hacia el norte nos llevó a uno de los muchos puntos de partida que todo camino tiene, pero único por tanta belleza, historia y leyendas que lo colmatan: la península de Sª Comba. Aislada con los temporales y mareas altas, la pequeña ermita encierra los conciliábulos y tradiciones de las esencias gallegas. La paz de la caída de la tarde y el batir de olas en su promontorio rocoso tenían algo hipnótico, como si en el aire se palpara el poso de los siglos.
Ligeramente ascendente desde la costa, el Camino caracoleaba entre pequeños asentamientos urbanos y bosques de repoblación en su mayoría, fruto de un medio domado por el hombre, hasta llegar a la fabril ciudad de El Ferrol. Con la noche llegaron las nubes que anunciaban temporal, pero al amanecer el sol rompió en el horizonte con fuerza. Hasta llegar a S. Martiño de Xubia el transitar por la ciudad parecía más bien un intento de fuga de ese exceso de civilización que son las ciudades industriales, pero a la vista del monasterio y del primer cruceiro la visión del camino se fue “humanizando”. Por fin el primer pez de S. Andrés marca la sirga.
Desde aquí parte también el hermano, y bastante ignorado por las masas ávidas de “compostelas”, Camino Ingles. Durante unos cientos de metros ambos trazados comparten recorrido, hasta que la brújula los obliga a tomar direcciones divergentes. El Molino de mareas de Aceas, como un gigante varado, marca la frontera entre el mar y la montaña, dando paso a tupidos bosques de helechos y eucaliptos que engullen al caminante y, en ocasiones, hasta la luz del sol. Tengo que recordar forzosamente aquí el trabajo denodado de los montañeros de Ferrol por mantener abiertos y señalizados los caminos naturales hacia Teixido…sin ellos habríamos vagado por arcenes de carretera más de lo debido.
La mañana avanza y el bosque se cierra con helechales que superan la altura de un hombre, caminando por trincheras de tierra, cuajadas de setas de todo tipo y arbustos coloridos que veíamos por primera vez. Llegando a Aldea Nova los horizontes se despejan y la senda comienza a ascender lenta pero inexorablemente hacia los espesos montes. Las castañas decoran los senderos dando la sensación de que se van a poner a caminar con nosotros de un momento a otro. Los “andresiños”, y algún solitario cruceiro, nos refieren que avanzamos por el Camino correcto cuando este comienza a descender hasta As Forcadas. Los km se acumulan y ya la tarde comienza a languidecer cuando, entre los árboles, se vislumbra la Capela da Fame: la vetusta puerta de madera antigua deja ver por hendiduras y cerraduras los “maios” recientes que alejan a los malos espíritus que, según las consejas de viejas a la luz de la hoguera, habitan estos lares desde tiempo inmemorial.
Y ya fronteriza la noche (que no es seguro andar por estos caminos con ella acechando y a saber que horrores nocturnos de la mitología galaica…) arribamos a O Porto do Cabo: las crónicas cuentan que en esta aldea confluían todos los caminos hacia Teixido para hacerse uno solo. La Casa do Morcego, hogar más que alojamiento por el trato de Antonia y José, nos cobija y da calor ante negros nubarrones que cierran el cielo.
En la noche caen torrentes y la meteorología aconseja quedarse en cama calentito, pero hay que seguir. Cruzando de mañana el medieval puente que salva el rio, comienza una lluvia fina que se convertirá en tempestad mientras subimos la dura Cuesta de Aro. Llegando a la cima, el día se serena dejándonos trastocados, como un boxeador tras la pelea; algún perro, medio lobo, se nos cruza con la misma cara de asombro que nosotros, sorprendido por la fuerza de la Naturaleza. El sol, tímido al principio, saldrá lo suficiente entre las nubes paraqué el resto del Camino sea brillante entre los helechales mojados y los bosquetes resplandecientes.
Vamos avanzando por la Serra da Capelada, siempre ascendiendo, mientras muros de verde cerrado nos doblan la altura y ocultan el horizonte; el sol acompaña y las innumerables y diferentes setas, arbustos de todo tipo entre los gigantescos y cerrados eucaliptos, dan un aire de bosque de hadas.
Escarabajos de colores brillantes que parecen gemas, casi irreales, nos recuerdan las almas que van penando hacia el Santuario, y, al dejar al Oeste Cedeira, el aire del mar cercano que parece oscurecer los bosques dándoles un verde casi negro, nos anuncia la cercanía del lugar.
La coqueta ermita de S. Roque de Reboredo nos ofrece su prado romero donde descansar un poco. Una manada de cerdos salvajes, cruzados con jabalíes de la zona, hace retumbar el aire mientras corren por las laderas de los últimos montes cuando, entre la espesura, comienzan a surgir ancestrales milladoiros de miles de piedras, testigos de un culto antiguo que se enreda entre lo pagano y lo cristiano. Ponemos la nuestra cumpliendo con el cometido de acortar el Camino a algún difunto que no vino en vida cuando asoman los rompientes de los acantilados: manadas de caballos salvajes campan a sus anchas por ellos, y nos atrevemos al vértigo de una bajada hasta la minúscula, en la lejanía de una costa indómita, aldea de S. Andrés.
La satisfacción es enorme, y el descenso se disfruta por una alfombra natural de hierba y musgo, jalonado de cruceros y señales del Camino. La tarde declina cuando entramos en la pequeña Iglesia de aires marineros: S. Andrés, con decenas de exvotos a sus pies, ofrece una imagen de otro tiempo…a él nos encomendamos y agradecemos otra peregrinación cumplida. Las calles populosas del fin de semana, pronto se despoblarán, pues una ancestral tradición aconseja no pasar la noche allí, para no ser confundido con las almas viajeras.
Conseguidos los “sanadresiños” y la “herba de namorar”, el bueno de José nos recoge para regresar a dormir a O Porto do Cabo. Ya allí, con la noche empezando a caer, paseando por la derruida y abandonada Casa Bastona, hospedería de peregrinos del siglo XV, reflexionamos sobre la riqueza de nuestra tierra en cultura, historia, y buena gente, y el desinterés que, las más de las veces, las arrincona, como estos muros que cobijo dieron a tanto peregrino.
No lo olvidéis, una pena os atenazará al cruzar la Estigia del final de los días si no vais allí ahora que podéis…y, miedos a parte, una experiencia maravillosa de vida y de peregrinaje nos espera en ese otro fin de la tierra…mejor de vivos, y que nos quiten lo bailao. Buen Camino.
(Publicado en el Nº 174 de la Revista Peregrino de Diciembre de 2017)
A sal y a lluvia…
A sal y a lluvia…ese es el olor de Cantabria. El aire lleva trazas de montañas y ensenadas recoletas, y la lluvia cae fina incluso en verano. Cuanta diversidad desconocida y paisajes diferentes esconde esa región…
Altamira con su apasionante historia, no solo la del pasado remoto prehistórico, sino la del bueno de Marcelino Sanz y su cruzada científica: a cual más apasionante. Santillana del Mar, resistiendo el peor de los asedios… el del turismo masivo…con sus artesanos asomando en cada esquina y su Colegiata, que oculta un interior vedado a esa masa consumista que pasa por ella casi con desprecio. Y luego está su mar…esa cala hermanada con Sevilla a través de sus santas…y es que nuestros lazos van más allá de las flotas que rompieron cadenas en el Guadalquivir y que campean en casi todos los escudos de sus villas.
El modernismo de Gaudí nos sorprenderá en Comillas, el Camino de Santiago en Laredo…y sus anchoas…espolones fortificados en Castro Urdiales…y eso solo de su costa. Dejamos la montaña para mejor ocasión…y llegó, pero esa es otra historia.