Retorno a la esencia
Pasó otra Semana Santa dejando sus huellas, buenas y no tanto, sus recuerdos y recreaciones de tiempos que pasaron y se añoran, de nuevos aciertos por madurar, de novedades por olvidar. Pasó y en el almanaque del sevillano cofrade, unas vivencias, unos lugares, unas sensaciones siempre repetidos pero siempre distintos, nos llevan a elucubrar como nos gustaría que fuera lo que el tiempo, irremediablemente, cambia.
Aunque el sentido del espectáculo sigue ganando terreno y pasando factura, todavía la Semana Grande sigue dejando un poso de sabiduría y belleza si sabemos buscarlo, si nos empeñamos en encontrarlo.
Si algunos postulan (y me uno a ello, antes de que sea tarde) que la Semana Santa debiera ser declarada Patrimonio de la Humanidad, jornadas como la del Viernes Santo, momentos íntimos de palios por calles imposibles mientras la masa busca el “tarari-tararí“ de tópicos costaleriles, detalles de originalidad y elegancia que marcna distancias, como el atavío de la Virgen del Socorro, son reflejo de un mundo vivo, refugio del espíritu de siglos de saber hacer las cosas, mística popular para paladear suavemente y sin prisas.
¿Hacia dónde vamos? Muchos a la deriva de meros cascarones de humo de incienso que olvidan que la Estación de Penitencia al señor que nos aguarda en la Catedral es el fin no último, sino casi único, que debe perseguir una Cofradía en la calle, dando primacía a todo lo demás; que confunden un transitar elegante con un andar interminable (la jornada del Domingo Ramos demostró que sobran horas en la calle, y que ello no desluce los cortejos); que olvidan que en la variedad está el gusto, copiando lo que no tiene igual. Muchos, en mi opinión, mantienen ese poso heredado, como cantó Rafael Montesinos, que nos maravilla hasta en la forma de ponerse un nazareno un antifaz.
¿Continuará el tema perdiendo esencia o conseguiremos navegar y reflotar, aunque sea contracorriente? Depende, como tantas cosas, de lo que seamos capaces de transmitir a nuestros hijos y/o discípulos. Tuve la suerte de conversar con el ya fallecido desgraciadamente, Diego Naranjo, cofrade adelantado y clarividente, ajeno a modas y concesiones espurias, cuando era Hermano Mayor de Santa Marta, una tarde de Viernes de Dolores con cofradías por S. Andrés; me dijo «mi máxima preocupación como cofrade es no saber transmitir a mis hijos la manera en la que yo siento y vivo la Semana Santa», y ahí está la tecla que mantiene la armonía de esta sonata. Ese esfuerzo, a los que amamos esto, es lo único que puede salvar que esta demostración de Fé se descafeíne y acabe siendo algo vano. Aprovechemos ese tiempo sin tiempo de los niños para legarles algo auténtico. Volvamos a la esencia.
Publicado el 12 abril, 2016 en Cofradías. Añade a favoritos el enlace permanente. Deja un comentario.
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