Archivos diarios: 15 agosto, 2025
Rosa mística de piedra
Hace muchos años en la memoria, que no en el tiempo, entre la bruma confusa de aquellos días en los que el mundo se desperezaba de meses de angustia y clausura impuesta por la enfermedad, se abría la Puerta Santa de Compostela y por ella entraba la luz de una nueva esperanza. Las fronteras se volvían a abrir y para un caminante jacobeo su primera mirada era hacia el oeste, hacia Compostela.
Años habían pasado desde que había tenido el honor de ingresar en la Casa del Señor Santiago, entre sus cofrades que sostienen el legado de su devoción, pero aún no se había consumado el rito de entrada, no se había cerrado ese tránsito que comenzaba allá por el año 2005 pisando las huellas de los que le precedieron hacia el sepulcro plateado sobre el que brilla, eterna, la Estrella.

El mundo andaba cansado esos días, cual peregrino al final de la etapa, y una mezcla de sosiego tras la tormenta y recelo ante un cielo aún incierto lo impregnaba todo. El tiempo era escaso para acudir a Santiago y coincidir con alguna de las tres festividades del Santo, y la ilusión de mostrar ese legado a los suyos complicaba el viaje…pero Santiago siempre pone la mano. Los pasajes de avión llegaron, los permisos escolares para la pequeña, el alojamiento, ideal para la ocasión en el alma de la ciudad antigua, al final de la vieja cuesta que sube desde S. Francisco, al calor familiar de la hospitalaria casona que alberga el bosque doméstico y los duendes de bronce que la protegen…Y así llegaron los días de mayo, que junto con el otoño, son sus preferidos.
El Pórtico, recién restaurado, permitía visitas simplemente con reservar las entradas, pero…estas se entregaban el día antes, con lo que al ir un fin de semana era imposible conseguirlas. Por quemar todas las naves, medio en broma, rogó si había alguna entrada para un nuevo miembro de la Archicofradía…y aparecieron entradas para los tres que iban: el Santo, que no es milagrero, pero ayuda al peregrino.

Y llegó a una ciudad dormida tras la tormenta, silenciosa y extraña al jolgorio habitual, por calles casi vacías. La linterna de la Berenguela iluminaba el arribo a una Puerta Santa abierta y sin apreturas, donde los peregrinos escaseaban, y los turistas no tenían que esperar para hacerse la foto. Un encantamiento parecía cubrir Compostela, como en un cuento antiguo digno de los hermanos Grimm.
Viajar esos días era como hacerlo por primera vez: miedos, nervios, nuevas normas que se ignoraban en gran parte…así que, para empezar, no cayó en que la Fiesta de la Aparición caía en domingo…y se postergaba al lunes para respetar la liturgia. El Boanerges tendió la mano nuevamente y D. Segundo, ya un canónigo más, se ofreció a tomarle juramento en la Capilla de acogida al peregrino en Carretas…curiosamente (o no…que el peregrino no cree en casualidades) él era Deán cuando formalizó su petición de ingreso, y era quien, de haber podido acudir en su momento, le hubiera impuesto la medalla entonces.

Así pues, emotiva e intima ceremonia, sencilla como le gusta al caminante: la familia, D. Segundo, la inestimable supervisión de Susana… y después a dar gracias al Santo en la Catedral.
Se cerraba el círculo: el peregrino ya podía ser considerado «iniciado» en la devoción jacobea. Las calles ya no resultaban tan inhóspitas a pesar de que el sol se ocultaba por el Finisterre. La tarde melancólica de reflejos de agua en los suelos de piedra, volvía a brillar al calor de la hospitalidad, de la puerta abierta a todos…y supo que siempre sería así.
