Tañidos de Plata
En la apacible soledad de los Caminos, cuando el sol alcanza su cenit a la hora del Ángelus, sorprende al peregrino un sonido metálico, a veces el único en kilómetros, que ilumina el espíritu y da vigor a sus pasos ante la inminencia de alguna población cercana: son las campanas de alguna espadaña que nos alegra el día. Su sonido encierra tradición, hábitos sociales, comunicación, acerbo cultural…no por nada recientemente el toque de campanas ha sido declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO.
Durante siglos han sido un medio de expresión, incluso de emociones, de toda índole: religiosas, sociales…Su lenguaje es universal y fue medio de comunicación durante siglos; más de treinta modos diferentes de repique y volteos nos han legado los campaneros: ellas marcan los momentos del día, avisan de calamidades y también de las fiestas, llaman a reunión vecinal, anuncian tormentas y recuerdan a los difuntos. Parece ser que en España fueron introducidas por los visigodos, y, en el territorio que nos atañe, los mozárabes hicieron de su sonido un hecho diferencial de su estatus de cristianos en tierras islamizadas: baste recordar que en época almorávide, el ulema Ibn Abdún (siglo XII) recuerda a los “dimmies” que no deben hacer sonar sus campanas.

Es el Camino de la Plata un camino de campanas; la historia, entremezclada con la tradición, nos cuenta que por él Almazor llevo su razia contra Santiago, apoderándose de las que había en la por entonces pequeña iglesia que cobijaba el sepulcro del Santo, para traerlas a Córdoba y ser usadas como pebeteros que iluminaran la gran mezquita; por este mismo Camino, Fernando III, una vez conquistada la capital cordobesa, las devolvería a la sede compostelana en un ejercicio de justicia poética.

En Sevilla, las veinticinco campanas que alberga la Giralda, campanario mayor de la seo hispalense, despiden al peregrino con su toque del alba; todas tienen su nombre, pues fue costumbre bautizarlas cuando era erigidas en sus campanarios, y curiosamente la más antigua, de 1438, lleva el nombre de “Santiago”. Aún se guarda un manuscrito de 1533 con las “Reglas del tañido de las campanas”donde se regulan sus toques e incluso el oficio de campanero. Hasta 80 campanarios y unas 170 campanas llego a haber en Sevilla.

Si ya de por si, el tañido de las campanas siempre da ánimo al caminante, en el Camino de la Plata, dadas las distancias a veces a recorrer sin poblaciones intermedias, es el único sonido que alivia nuestra soledad. No solo de campanarios religioso hablamos, también en el orden civil se usaron las campanas como medio de comunicación y forma de marcar el devenir de las horas, y una buena prueba de ello lo encontramos en Almadén de la Plata, en cuyo antiguo Ayuntamiento destaca la Torre del Reloj.

Herederos de la cultura islámica que estuvo presente en este territorio de alminares reservados al almuédano, las campanas quedan recogidas en sus torres solo al alcance del campanero o sacerdote de turno. En la dura estepa extremeña el repique se vuele aún más distante y esporádico, más en los solitarios pueblos donde los campanarios son coronados por nidos de cigüeñas que sustituyen a las campanas que los amueblaron en tiempos más propicios.

Llegando a la frontera extremeña con Castilla-León comienza a cambiar el paisaje, el paisanaje, y los usos sociales. En la, injustamente olvidada por el trazado del Camino (algo inaudito si tenemos en cuenta la cantidad de hospitales medievales que tenía), ciudad de Plasencia, en su palacio municipal observamos como al campanario accede un autómata dieciochesco conocido como “Abuelo Mayorga”, que hace sonar las campanas a las horas en punto. Y es que, a partir de estos territorios, el reservado uso de las campanas se hace, por tradición e historia, de dominio público, quizá por la influencia castellano-leonesa; comienzan los campanarios y espadañas a aparecer muchos de ellos exentos o con acceso independiente de la Iglesia a la que se adscriben: así, por ejemplo, la torre de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción en Baños de Montemayor.

Al norte de Cáceres, el Camino se transforma ya con verdores galaicos y cualquiera diría que estamos a un paso de la Tumba del Santo. Los campanarios no solo albergan estos instrumentos sino que, fruto probablemente de las horas de vigilia de los campaneros esperando para ejecutar su oficio o quizás por la visita de los que por allí pasaban aparecen en sus paredes múltiples inscripciones que (si exceptuamos las originadas por la falta moderna de civismo) aportan interesantes datos sobre la espiritualidad popular de otras épocas, como es el caso del campanario mayor de la Catedral de Salamanca. La interesante exposición “Ieronimus” que posibilitó durante meses la visita al mismo, nos desveló datos importantes, como el hecho de atribuirse a S. Paulino de Nola (siglo V, d. C.) la costumbre de colocar campanas en las torres.

Y, con paso pausado como corresponde al peregrino, llegamos a tierras zamoranas, donde la continuidad de la Vía de la Plata hasta Astorga o la variante portuguesa a través de Braganza, trazados auténticamente históricos, nos depararán más historias con campanas, pero en Granja de Moreruela giramos hacia el Oeste, por aquellos avatares del destino, por el Camino Sanabrés.

La más humilde aldea cuenta en estos lares con su iglesia y campanario, en ocasiones poderosos como el de San Salvador de Tábara, en otras sencillas espadañas como la de Santa Marta de Tera. Las campanas van desde aquellas de ejecución sencilla en diversidad de metales (sobre todo el bronce), hasta las más elaboradas que pueden incluir mútiples inscripciones y dibujos, tanto religiosos como profanos, pues no hay que olvidar que en lo más profundo del territorio castellano se esconden tradiciones que aúnan religión y superstición, así encontramos el toque de tentenublo para alejar los fenómenos meteorológicos perjudiciales (Tente nube, / tente tú, / que Dios puede / más que tú. / Tente nube, / tente palo, / que Dios puede / más que el diablo ) u otros para dificultar el vuelo de las brujas, por ejemplo. La comarca de La Carballeda está repleta de ejemplos de este sincretismo, siendo acaso el campanario templario de la Iglesia de N S. de la Asunción, en Mombuey, la construcción que más misterios arroja por su origen, apareciendo a los ojos peregrinos como torre defensiva adornada de sus canecillos con formas animales.

El acceso a los campanarios de los pueblos zamoranos de Sanabria es ya mayoritariamente libre, público e incluso obligado, pues en esta España vaciada de gran número de sus pobladores, pero rebosante de hospitalidad y puertas abiertas, alegra oir el tañer alegre e improvisado de las campanas cuando el caminante las hace sonar a su paso: es vida lo que insufla su repique a los aires de unas tierras injustamente abandonadas.

Y con paso firme, entramos en Galicia por Las Portillas, y tanto por Laza como por Verín, seguiremos viendo hermosos, enigmáticos, solitarios campanarios, escuchando su tañer por bosques umbríos envueltos en la historia y la leyenda, hasta llegar a Compostela. Allí, sobresaliendo sobre las demás por tradición y cariño de los peregrinos, nos encontraremos con “la Berenguela”, coronada por la linterna que alumbra el Camino de los peregrinos. Aunque su nombre popular sea erroneo, por referirse a una torre defensiva (hoy desaparecida) adosada a la Catedral por el Obispo Berenguer de Landoira, su sobrenombre nos sirve para cerrar el círculo abierto en Sevilla, al recordarnos a la madre del Rey Santo, fiel devota de Santiago, que inculcó a su hijo, “alférez de Santiago”, el amor por el Santo. La Torre del Reloj da las campanadas que señalan las horas, y, cuando ya no divisamos la ciudad en nuestro regreso a casa, aun podemos escucharlas en el aire y el corazón…que las campanas también transportan nostalgias.
(PUBLICADO EN REVISTA PEREGRINO Nº212 – ABRIL 2024)
Publicado el 14 agosto, 2024 en Arte, Educación, Historia, Jacobeo. Añade a favoritos el enlace permanente. Deja un comentario.
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