Campanas francas
La miriada de peregrinos que avanzan por Europa, desembocan en España a través de los
pasos de Roncesvalles y del Somport. El caminante que atraviesa los Pirineos, antes y ahora,
al filo de la extenuación física y emocional del esfuerzo de sobrepasar la muralla natural de sus
montañas, probablemente tienen su primer atisbo de llegada a la meta soñada de Jacobsland a
través de sus oídos.
Aún hoy tenemos el placer de escuchar los tañidos de la Colegial de Roncesvalles al llegar a
territorio navarro. Quedan para el recuerdo los que sonarían entre las nieblas de Sumus
Portum, guiando al peregrino entre las nieves y ventiscas, hasta el Hospital de Santa Cristina,
pilar de la hospitalidad del Reino de Aragón, y digno de ser mencionado incluso en el Liber
Santi Iacobi como uno de los tres mejores de la cristiandad. Hoy, el poderoso campanario de la
Catedral de Jaca le toma el relevo en tierras aragonesas, mientras en la Catedral de Pamplona,
«María», la mayor campana de España aún en uso, hace las veces en tierras navarras.
El tiempo pasa fugaz, pero las campanas permanecen como un eco infinito en el ánimo del
caminante. Los dos Caminos se hacen uno en Puente la Reina, y atravesando tierras
logroñesas nos adentramos en el antiguo Reino de Nájera, en el que sobresalen robustos
campanarios, pero quizás sea el de de la Torre exenta de S. Domingo, la «moza de la Rioja», la
más destacada, con sus ocho campanas y su reloj que, aunque de origen medieval, por
avatares de la historia (caída de rayos, corrientes subterráneas que dañaron sus cimientos…),
nos ha llegado en su última construcción del siglo XVIII. La historia de la población que arranca
de una pequeña ermita donde S. Domingo, entre otros menesteres de hospitalidad, tañía la
campana en aquel despoblado del valle del Oja para orientar a los caminantes que, en los
albores de la peregrinación, que se extraviaban con facilidad por aquellas tierras. El Santo dejó
su memoria de dedicación al peregrino en la población que surgió en torno a su tumba y la torre
es tributo a su memoria, como casi cada rincón de la villa.

Castilla nos espera por sus duras tierras burgalesas. Aquí en Burgos el toque manual de las
campanas (declarado Patrimonio de la Humanidad en el 2022) tiene una de sus principales
referencias. Porque de siempre, la vida de los pueblos se regía por sus toques: esquilones,
romanas o mixtas, o el más musical carrillón, las campanas marcaban los tiempos, fiestas,
infortunios y alegrías…y lo siguen haciendo, aunque la malentendida modernidad trate en
ocasiones de silenciarlas.

En palabras del genial Delibes, en su libro «El Camino», «es expresivo y cambiante el lenguaje
de las campanas; su vibración es capaz de acentos hondos y graves y ligeros y agudos y
sombríos. Nunca las campanas dicen lo mismo. Y nunca lo que dicen lo dicen de la misma
manera»

De todos los campanarios que jalonan el Camino por Burgos, quizás sea el más humilde el que
más llame la atención del peregrino. Y es que la sencilla espadaña, rodeada de “taus”, que
corona las ruinas de San Antón, da rienda suelta a la mente del caminante, que atraviesa sus
desnudas arcadas de lo que antaño fue esplendoroso monasterio de los negros monjes,
herederos de la mística de los padres del desierto, que curaban el ergotismo.

A las rudas formas de Castrojeríz suceden, ya metidos en los campos góticos palentinos, las
airosas torres-campanario de San Martín de Frómista, que alternarán en la siguiente etapa con
la iglesia con hechuras de fortaleza, impronta de la Orden del temple, de Santa María la Blanca
en Villalcazar. Ya a lo lejos el caminante empezará a escuchar el carillón que forman a la hora
del Angelus las iglesias, monasterios y conventos de Carrión.

Se abandona Palencia por Terradillos de los Templarios para adentrarse en la recias tierras
leonesas. Las montañas aparecen en el horizonte y los campanarios se van transformando en
espadañas poco a poco, siendo la primera la de la Ermita de la Virgen del Puente, poco antes
de Sahagún, que es centro geográfico del Camino Francés.

Las campanas de la Pulchra Leonina nos marcarán por su número y timbre, como corresponde
a tan grandiosa catedral, pero quizás la más vistosa sea la que corona el Ayuntamiento de
Astorga, con sus simpáticos maragatos, que la tañen a las horas en punto. El reloj maragato,
del siglo XVIII aunque con añadidos posteriores, con sus autómatas que hacen que el peregrino
pase más tiempo del habitual allí solo por verlos “actuar”,aunque común en Europa, es una
pieza rara en España.

Nos adentramos en las serradas que llevan al Monte Irago, y en esas soledades el peregrino,
cuando la niebla o la nieve aprieten, echará de menos la campana templaria de Manjarín
sonando irreductible ante las adversidades: Tomás aguarda el relevo y el refugio una mano que
lo remoce.

Las campanas del Santuario de la Encina en Ponferrada, acaudilladas por “la Morenica”, nos
canta con alegría de carillón a la pequeña Virgen en la hora del Ángelus: llevan los nombres de
los Santos bercianos, Fructuoso, Genadio…y, curiosamente, una dedicada a la peregrina
Egeria.

Y por fin el Alto de O Cebreiro, guardando la historia de aquella jornada de nieve donde, con
seguridad, tañían sus campanas para convocar y guiar a Juan Santín hacia la misa en la
iglesia, a la espera del milagro. En Cebreiro se halla el alma del resurgir del Camino, y el
cuerpo mortal de quién lo impulsó a la espera de la Parusía; Elías Valiña se llama, eterno
siempre en la memoria del Camino.
El Camino entra en sus días gloriosos en tierras gallegas, y el sin número de parroquias que
mantienen su repicar de campanas después de tantos siglos, alegran y confortan a los
peregrinos, sabedores del final marcado rotundamente por el sonar de Berenguela.
(PUBLICADO EN REVISTA PEREGRINO Nº 212 – ABRIL 2024)
Publicado el 14 agosto, 2024 en Arte, Educación, Historia, Jacobeo. Añade a favoritos el enlace permanente. Deja un comentario.
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