Archivos diarios: 14 agosto, 2024
Campanas francas
La miriada de peregrinos que avanzan por Europa, desembocan en España a través de los
pasos de Roncesvalles y del Somport. El caminante que atraviesa los Pirineos, antes y ahora,
al filo de la extenuación física y emocional del esfuerzo de sobrepasar la muralla natural de sus
montañas, probablemente tienen su primer atisbo de llegada a la meta soñada de Jacobsland a
través de sus oídos.
Aún hoy tenemos el placer de escuchar los tañidos de la Colegial de Roncesvalles al llegar a
territorio navarro. Quedan para el recuerdo los que sonarían entre las nieblas de Sumus
Portum, guiando al peregrino entre las nieves y ventiscas, hasta el Hospital de Santa Cristina,
pilar de la hospitalidad del Reino de Aragón, y digno de ser mencionado incluso en el Liber
Santi Iacobi como uno de los tres mejores de la cristiandad. Hoy, el poderoso campanario de la
Catedral de Jaca le toma el relevo en tierras aragonesas, mientras en la Catedral de Pamplona,
«María», la mayor campana de España aún en uso, hace las veces en tierras navarras.
El tiempo pasa fugaz, pero las campanas permanecen como un eco infinito en el ánimo del
caminante. Los dos Caminos se hacen uno en Puente la Reina, y atravesando tierras
logroñesas nos adentramos en el antiguo Reino de Nájera, en el que sobresalen robustos
campanarios, pero quizás sea el de de la Torre exenta de S. Domingo, la «moza de la Rioja», la
más destacada, con sus ocho campanas y su reloj que, aunque de origen medieval, por
avatares de la historia (caída de rayos, corrientes subterráneas que dañaron sus cimientos…),
nos ha llegado en su última construcción del siglo XVIII. La historia de la población que arranca
de una pequeña ermita donde S. Domingo, entre otros menesteres de hospitalidad, tañía la
campana en aquel despoblado del valle del Oja para orientar a los caminantes que, en los
albores de la peregrinación, que se extraviaban con facilidad por aquellas tierras. El Santo dejó
su memoria de dedicación al peregrino en la población que surgió en torno a su tumba y la torre
es tributo a su memoria, como casi cada rincón de la villa.

Castilla nos espera por sus duras tierras burgalesas. Aquí en Burgos el toque manual de las
campanas (declarado Patrimonio de la Humanidad en el 2022) tiene una de sus principales
referencias. Porque de siempre, la vida de los pueblos se regía por sus toques: esquilones,
romanas o mixtas, o el más musical carrillón, las campanas marcaban los tiempos, fiestas,
infortunios y alegrías…y lo siguen haciendo, aunque la malentendida modernidad trate en
ocasiones de silenciarlas.

En palabras del genial Delibes, en su libro «El Camino», «es expresivo y cambiante el lenguaje
de las campanas; su vibración es capaz de acentos hondos y graves y ligeros y agudos y
sombríos. Nunca las campanas dicen lo mismo. Y nunca lo que dicen lo dicen de la misma
manera»

De todos los campanarios que jalonan el Camino por Burgos, quizás sea el más humilde el que
más llame la atención del peregrino. Y es que la sencilla espadaña, rodeada de “taus”, que
corona las ruinas de San Antón, da rienda suelta a la mente del caminante, que atraviesa sus
desnudas arcadas de lo que antaño fue esplendoroso monasterio de los negros monjes,
herederos de la mística de los padres del desierto, que curaban el ergotismo.

A las rudas formas de Castrojeríz suceden, ya metidos en los campos góticos palentinos, las
airosas torres-campanario de San Martín de Frómista, que alternarán en la siguiente etapa con
la iglesia con hechuras de fortaleza, impronta de la Orden del temple, de Santa María la Blanca
en Villalcazar. Ya a lo lejos el caminante empezará a escuchar el carillón que forman a la hora
del Angelus las iglesias, monasterios y conventos de Carrión.

Se abandona Palencia por Terradillos de los Templarios para adentrarse en la recias tierras
leonesas. Las montañas aparecen en el horizonte y los campanarios se van transformando en
espadañas poco a poco, siendo la primera la de la Ermita de la Virgen del Puente, poco antes
de Sahagún, que es centro geográfico del Camino Francés.

Las campanas de la Pulchra Leonina nos marcarán por su número y timbre, como corresponde
a tan grandiosa catedral, pero quizás la más vistosa sea la que corona el Ayuntamiento de
Astorga, con sus simpáticos maragatos, que la tañen a las horas en punto. El reloj maragato,
del siglo XVIII aunque con añadidos posteriores, con sus autómatas que hacen que el peregrino
pase más tiempo del habitual allí solo por verlos “actuar”,aunque común en Europa, es una
pieza rara en España.

Nos adentramos en las serradas que llevan al Monte Irago, y en esas soledades el peregrino,
cuando la niebla o la nieve aprieten, echará de menos la campana templaria de Manjarín
sonando irreductible ante las adversidades: Tomás aguarda el relevo y el refugio una mano que
lo remoce.

Las campanas del Santuario de la Encina en Ponferrada, acaudilladas por “la Morenica”, nos
canta con alegría de carillón a la pequeña Virgen en la hora del Ángelus: llevan los nombres de
los Santos bercianos, Fructuoso, Genadio…y, curiosamente, una dedicada a la peregrina
Egeria.

Y por fin el Alto de O Cebreiro, guardando la historia de aquella jornada de nieve donde, con
seguridad, tañían sus campanas para convocar y guiar a Juan Santín hacia la misa en la
iglesia, a la espera del milagro. En Cebreiro se halla el alma del resurgir del Camino, y el
cuerpo mortal de quién lo impulsó a la espera de la Parusía; Elías Valiña se llama, eterno
siempre en la memoria del Camino.
El Camino entra en sus días gloriosos en tierras gallegas, y el sin número de parroquias que
mantienen su repicar de campanas después de tantos siglos, alegran y confortan a los
peregrinos, sabedores del final marcado rotundamente por el sonar de Berenguela.
(PUBLICADO EN REVISTA PEREGRINO Nº 212 – ABRIL 2024)
Tañidos de Plata
En la apacible soledad de los Caminos, cuando el sol alcanza su cenit a la hora del Ángelus, sorprende al peregrino un sonido metálico, a veces el único en kilómetros, que ilumina el espíritu y da vigor a sus pasos ante la inminencia de alguna población cercana: son las campanas de alguna espadaña que nos alegra el día. Su sonido encierra tradición, hábitos sociales, comunicación, acerbo cultural…no por nada recientemente el toque de campanas ha sido declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO.
Durante siglos han sido un medio de expresión, incluso de emociones, de toda índole: religiosas, sociales…Su lenguaje es universal y fue medio de comunicación durante siglos; más de treinta modos diferentes de repique y volteos nos han legado los campaneros: ellas marcan los momentos del día, avisan de calamidades y también de las fiestas, llaman a reunión vecinal, anuncian tormentas y recuerdan a los difuntos. Parece ser que en España fueron introducidas por los visigodos, y, en el territorio que nos atañe, los mozárabes hicieron de su sonido un hecho diferencial de su estatus de cristianos en tierras islamizadas: baste recordar que en época almorávide, el ulema Ibn Abdún (siglo XII) recuerda a los “dimmies” que no deben hacer sonar sus campanas.

Es el Camino de la Plata un camino de campanas; la historia, entremezclada con la tradición, nos cuenta que por él Almazor llevo su razia contra Santiago, apoderándose de las que había en la por entonces pequeña iglesia que cobijaba el sepulcro del Santo, para traerlas a Córdoba y ser usadas como pebeteros que iluminaran la gran mezquita; por este mismo Camino, Fernando III, una vez conquistada la capital cordobesa, las devolvería a la sede compostelana en un ejercicio de justicia poética.

En Sevilla, las veinticinco campanas que alberga la Giralda, campanario mayor de la seo hispalense, despiden al peregrino con su toque del alba; todas tienen su nombre, pues fue costumbre bautizarlas cuando era erigidas en sus campanarios, y curiosamente la más antigua, de 1438, lleva el nombre de “Santiago”. Aún se guarda un manuscrito de 1533 con las “Reglas del tañido de las campanas”donde se regulan sus toques e incluso el oficio de campanero. Hasta 80 campanarios y unas 170 campanas llego a haber en Sevilla.

Si ya de por si, el tañido de las campanas siempre da ánimo al caminante, en el Camino de la Plata, dadas las distancias a veces a recorrer sin poblaciones intermedias, es el único sonido que alivia nuestra soledad. No solo de campanarios religioso hablamos, también en el orden civil se usaron las campanas como medio de comunicación y forma de marcar el devenir de las horas, y una buena prueba de ello lo encontramos en Almadén de la Plata, en cuyo antiguo Ayuntamiento destaca la Torre del Reloj.

Herederos de la cultura islámica que estuvo presente en este territorio de alminares reservados al almuédano, las campanas quedan recogidas en sus torres solo al alcance del campanero o sacerdote de turno. En la dura estepa extremeña el repique se vuele aún más distante y esporádico, más en los solitarios pueblos donde los campanarios son coronados por nidos de cigüeñas que sustituyen a las campanas que los amueblaron en tiempos más propicios.

Llegando a la frontera extremeña con Castilla-León comienza a cambiar el paisaje, el paisanaje, y los usos sociales. En la, injustamente olvidada por el trazado del Camino (algo inaudito si tenemos en cuenta la cantidad de hospitales medievales que tenía), ciudad de Plasencia, en su palacio municipal observamos como al campanario accede un autómata dieciochesco conocido como “Abuelo Mayorga”, que hace sonar las campanas a las horas en punto. Y es que, a partir de estos territorios, el reservado uso de las campanas se hace, por tradición e historia, de dominio público, quizá por la influencia castellano-leonesa; comienzan los campanarios y espadañas a aparecer muchos de ellos exentos o con acceso independiente de la Iglesia a la que se adscriben: así, por ejemplo, la torre de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción en Baños de Montemayor.

Al norte de Cáceres, el Camino se transforma ya con verdores galaicos y cualquiera diría que estamos a un paso de la Tumba del Santo. Los campanarios no solo albergan estos instrumentos sino que, fruto probablemente de las horas de vigilia de los campaneros esperando para ejecutar su oficio o quizás por la visita de los que por allí pasaban aparecen en sus paredes múltiples inscripciones que (si exceptuamos las originadas por la falta moderna de civismo) aportan interesantes datos sobre la espiritualidad popular de otras épocas, como es el caso del campanario mayor de la Catedral de Salamanca. La interesante exposición “Ieronimus” que posibilitó durante meses la visita al mismo, nos desveló datos importantes, como el hecho de atribuirse a S. Paulino de Nola (siglo V, d. C.) la costumbre de colocar campanas en las torres.

Y, con paso pausado como corresponde al peregrino, llegamos a tierras zamoranas, donde la continuidad de la Vía de la Plata hasta Astorga o la variante portuguesa a través de Braganza, trazados auténticamente históricos, nos depararán más historias con campanas, pero en Granja de Moreruela giramos hacia el Oeste, por aquellos avatares del destino, por el Camino Sanabrés.

La más humilde aldea cuenta en estos lares con su iglesia y campanario, en ocasiones poderosos como el de San Salvador de Tábara, en otras sencillas espadañas como la de Santa Marta de Tera. Las campanas van desde aquellas de ejecución sencilla en diversidad de metales (sobre todo el bronce), hasta las más elaboradas que pueden incluir mútiples inscripciones y dibujos, tanto religiosos como profanos, pues no hay que olvidar que en lo más profundo del territorio castellano se esconden tradiciones que aúnan religión y superstición, así encontramos el toque de tentenublo para alejar los fenómenos meteorológicos perjudiciales (Tente nube, / tente tú, / que Dios puede / más que tú. / Tente nube, / tente palo, / que Dios puede / más que el diablo ) u otros para dificultar el vuelo de las brujas, por ejemplo. La comarca de La Carballeda está repleta de ejemplos de este sincretismo, siendo acaso el campanario templario de la Iglesia de N S. de la Asunción, en Mombuey, la construcción que más misterios arroja por su origen, apareciendo a los ojos peregrinos como torre defensiva adornada de sus canecillos con formas animales.

El acceso a los campanarios de los pueblos zamoranos de Sanabria es ya mayoritariamente libre, público e incluso obligado, pues en esta España vaciada de gran número de sus pobladores, pero rebosante de hospitalidad y puertas abiertas, alegra oir el tañer alegre e improvisado de las campanas cuando el caminante las hace sonar a su paso: es vida lo que insufla su repique a los aires de unas tierras injustamente abandonadas.

Y con paso firme, entramos en Galicia por Las Portillas, y tanto por Laza como por Verín, seguiremos viendo hermosos, enigmáticos, solitarios campanarios, escuchando su tañer por bosques umbríos envueltos en la historia y la leyenda, hasta llegar a Compostela. Allí, sobresaliendo sobre las demás por tradición y cariño de los peregrinos, nos encontraremos con “la Berenguela”, coronada por la linterna que alumbra el Camino de los peregrinos. Aunque su nombre popular sea erroneo, por referirse a una torre defensiva (hoy desaparecida) adosada a la Catedral por el Obispo Berenguer de Landoira, su sobrenombre nos sirve para cerrar el círculo abierto en Sevilla, al recordarnos a la madre del Rey Santo, fiel devota de Santiago, que inculcó a su hijo, “alférez de Santiago”, el amor por el Santo. La Torre del Reloj da las campanadas que señalan las horas, y, cuando ya no divisamos la ciudad en nuestro regreso a casa, aun podemos escucharlas en el aire y el corazón…que las campanas también transportan nostalgias.
(PUBLICADO EN REVISTA PEREGRINO Nº212 – ABRIL 2024)